Seguro que os ha pasado más de una vez. Quizá con cierta frecuencia. Hay días en los que creemos tener todo bien planeado, encajando los horarios de cada actividad. De pronto, algo falla… Y se nos va complicando todo.

Os pondré un ejemplo que me ha sucedido hace poco. El martes tenía que acudir a declarar como perito en un importante juicio, a partir de las 10 de la mañana. Como nunca se sabe a qué hora habrá que intervenir en un juicio, depende de muchos factores, siendo conservador puse mi siguiente actividad a las 16.00, cita con mi médico de cabecera para pedir unos medicamentos. Después atendería a varios pacientes en mi despacho, comenzando a las 17.00.

Pues bien: Nuestra intervención en el juicio se fue retrasando… Como es lógico, asistir a un juicio no es un plato de gusto. Durante las cinco horas que tuvimos que esperar para declarar, pude comprobar los nervios y emociones de ambas partes en litigio y me fui contagiando de la ansiedad que se palpaba en el ambiente. Finalmente, salí de la audiencia a las 15.30 y con los nervios de punta. A duras penas llegué al centro de salud, donde tenía la cita con el médico.

En la puerta de mi médico habitual había un cartel anunciando que doctor estaba de baja y nos atendería otro, teníamos que ir a recepción a consultar nueva sala. Ya con cierta prisa y algo tarde, acudí a la nueva doctora. Ya en la puerta, me encontré con tres personas que, sin tener cita, iban colándose delante por supuestas urgencias. Después de mucha espera, durante la cual llamé a mi paciente de las 17 para cambiarle de día pues ya veía que no llegaría a tiempo, a las 16.40 sacó la cabeza por la puerta la doctora, para anunciar los siguientes que entrarían y… todavía había siete personas delante de mí. Me enfadé y perdí los estribos y comencé a gritar que aquello no era justo y que tenía otras cosas importantes que hacer…

Poco después, comprendí que con mi reacción no conseguía nada positivo, me avergoncé y decidí cortar la situación. Me marché, pedí la hoja de reclamaciones para detallar mi queja en un momento más tranquilo, pedí una nueva cita otro día y decidí que el día había terminado. Me fui a casa, mientras llamé para cambiar la cita que tenía con mi último paciente ese día, pidiéndole mil disculpas.

¿Qué aprendí de aquel día? Hay veces que las cosas se tuercen. No tenemos todas las variables bajo nuestro control y pueden fallar muchas cosas. En lugar de ir en un “crescendo” de emociones hasta estallar, muchas veces es mejor aligerar nuestra agenda, replegarnos y cuidarnos a nosotros mismos, en lugar de intentar afrontar todo como si fuéramos súper-hombres.

También aprendí que no tenemos que castigarnos demasiado por nuestros errores. Levantarnos cuanto antes, reconocer que hemos estado mal y tratar de enmendar en lo posible las consecuencias.

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