Se cree comúnmente que cuando sufrimos un accidente o somos víctimas de un atraco, nuestro cerebro, y en particular, nuestra memoria será capaz de guardar y almacenar todo lo sucedido con una gran cantidad de detalles. Pues suponemos que cuanto más estresante sea un suceso vivido, estaremos más pendiente de él, pero no es así. Diversos estudios realizados durante las dos últimas décadas, han llegado a la conclusión de que cuanto más estrés esté experimentado una persona en una situación más difícil será que recuerde cosas exactas de dicho suceso.

Leyendo un fragmento de un libro escrito por la Doctora Elisabeth Loftus, descubrí una historia muy peculiar sobre el valor que se da a los recuerdos en los juicios. El caso en cuestión era el Estado de Israel contra un ciudadano nacionalizado norteamericano tras la II Guerra Mundial, John Demjanjuk. El Estado de Israel le acusaba de ser Iván el Terrible, un carcelero del campo de exterminio de Treblinka encargado de las cámaras de gas, en Polonia. Diversos supervivientes de dicho campo identificaron a John, mediante fotografías, como Iván el Terrible, excepto un superviviente, ya fallecido en el momento de la celebración del juicio, que estuvo 13 meses trabajando al lado de Iván, que no identificó nunca entre las fotografías a Iván el Terrible. John negó en durante todo el proceso ser la persona que decían, pero fue condenado a muerte.

Tras pasar cinco años encarcelado, el Estado de Israel liberó a John al encontrar información que le exculpaba. Por tanto, John Demjanjuk no era la persona que pensaban, pero los supervivientes… ¿se equivocaron?, ¿su memoria falló?, ¿por qué reconocieron a John como Iván? Pudieron ser muchos factores los que afectaron en el reconocimiento de John, pero principalmente resalto: el paso del tiempo (más de 40 años) que difuminó el recuerdo que tenían, la necesidad de justiciar a alguien que mató a sus familiares y la posibilidad de hacerlo al preguntarles si identificaban a Iván entre las fotos.