Una persona perfeccionista es aquella que tiende a buscar la perfección en lo que hace, de manera que tiende a mejorarlo indefinidamente sin decidirse a considerarlo nunca acabado. Todos tenemos un cierto grado de perfeccionismo y nos relacionamos con otras personas a las que calificamos con este adjetivo.

En sí mismo el ser perfeccionista, entendido como un proceso de mejora es algo deseable, que nos motiva a seguir actuando para obtener mejores resultados para nosotros y para los demás. Sin embargo, lo que denominamos ‘perfeccionismo’ se parece más a la primera definición e incluye lo no deseable de la cualidad: la perfección no existe, pues entre otras cosas depende del criterio con que se considere, y por tanto la búsqueda del perfeccionismo como meta puede ser algo agotador y frustrante.

En primer lugar, un perfeccionista suele tener unos criterios poco flexibles acerca de cómo se han de hacer las cosas. Esto implica que cualquier modificación sobre estos criterios la considera inválida. Dado que hay casi tantos puntos de vista como personas y que objetivamente no existe una forma buena o mala de hacer casi nada en la vida, esta actitud le dificulta la convivencia con los demás y el trabajo en equipo. Todos huimos o al menos lo intentamos de los perfeccionistas, porque experimentamos su rigidez, falta de empatía y su actitud constante de imponer su punto de vista.

Pero además un perfeccionista suele serlo mucho más consigo mismo que con los demás. Esto hace que nunca esté satisfecho con sus actuaciones, pues siempre se puede hacer mejor. Además, y las ocasiones en que todo sale según su criterio, no puede disfrutar mucho tiempo de este éxito pues siempre hay algún otro hecho que no es perfecto y en el que debe centrar su atención.

Si nos preguntamos por el origen de esa actitud, esa inflexibilidad hacia los demás puede responder a un temor a admitir otras actitudes por no estar seguros de poder adaptarnos a ellas, por temor a que sean más válidas que las nuestras o por aversión a la incertidumbre acerca de lo que otros nos pueden aportar. Es decir, hay cierta inseguridad detrás del perfeccionismo. Con respecto a uno mismo, el pretender hacer todo siempre bien, responde a una necesidad de ser aceptados y valorados por lo demás, miedo al rechazo por fracasar o fallar. De nuevo inseguridad.

La paradoja del perfeccionista es que en la búsqueda de su propia seguridad y aceptación, consigue justamente lo contrario, inseguridad personal pues nunca estará satisfecho y baja aceptación pues su inflexibilidad hacia los demás motivará rechazo.

En definitiva un perfeccionista extremo suele tener problemas de relación con los demás y muchas frustraciones e inquietudes personales, por eso quizás sea más imperfecto que otras muchas personas con criterios más flexibles, que admiten otros puntos de vista sin pretender que el propio es el único o el mejor y sobre todo que aceptan el error y el fallo como parte del ser humano.

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