Es curioso ver cómo hay ciertas personas que no aguantan bien el frío y otros que, por el contrario, no soportamos bien el calor. No me refiero a temperaturas extremas. Es evidente que, por debajo de -5ºC o por encima de 40ºC una persona cualquiera se sentiría incómoda.

Por una parte, está la constitución de cada persona. Si tienes la piel más fina o más gruesa. Si tu cuerpo tiene mayor proporción de músculo o de grasas. También influye mucho el aprendizaje y la costumbre. Cuando pasamos muchos años con un determinado clima, sea este frío o cálido, nos acabamos acostumbrando, nuestro cuerpo se adapta y, cuando nos sacan de esa costumbre, nuestro cuerpo muestra desagrado ante el nuevo clima y necesitaría una nueva adaptación.

El aprendizaje funciona por asociación y se manifiesta de la siguiente forma: Nuestro cerebro almacena nuestras experiencias mediante asociación de neuronas. Así, por ejemplo, podríamos asociar un día de descanso, con el calor y humedad de la playa, el olor a bronceador, el sabor de una cerveza, la visión del mar y el sol. Si la emoción ese día fue placentera, se produce una asociación entre calor y placer.

Al margen de esto, nacemos con un termostato “de serie”, que se va modificando y adaptando a lo largo de nuestra vida. Podemos pasar épocas en que comemos menos, estamos más delgados, nuestros receptores más a flor de piel y nos afecta más el frío. O tener mejor o peor la circulación en las extremidades, sudar más o menos y percibir el calor como más o menos molesto.

Dentro de unos límites no extremos, como decíamos antes, lo ideal para nuestro bienestar es aceptar y tolerar la temperatura que haga, sin estar continuamente juzgándola. Si nos vamos acostumbrando a hacer nuestras actividades al margen de que llueva o haga sol, dentro de unos parámetros tolerables, estaremos bien en casi todas las situaciones. Por ejemplo, en el trabajo o en el coche, aprender a tolerar ciertos rangos de temperaturas y no pretender ir siempre a la temperatura perfecta, nos hace más adaptables y tolerantes. Con la práctica de Mindfulness, se cultiva este aspecto de la aceptación. Cuántas veces nuestro malestar proviene de los juicios que emitimos y de las comparaciones que realizamos: ¡Qué calor hace aquí!, ¡se estaba mejor en la otra oficina!, etc.

Por supuesto, esto no significa que no utilicemos nuestra inteligencia y sentido común, para no realizar exceso de actividad cuando la temperatura es muy alta e hidratarnos convenientemente. O abrigarnos lo necesario ante el frío.  Es sólo el prejuicio o la necesidad de evitación lo que nos perjudica.

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