Si atendemos a las noticias, asistimos diariamente a muestras de agresión en todos los ámbitos: escolar (bulling), familiar (violencia de género), deportivo (violencia en los estadios), social (insultos en las redes sociales) y admitámoslo, personal, cuántas veces nos hemos sorprendido a nosotros mismo con algún pensamiento agresivo hacia otra persona.

Cabe reflexionar si, este fenómeno está incrementándose paradójicamente en contra del avance de nuestros valores y desarrollo cultural, y si es así, a qué obedece y cómo frenarlo.

En primer lugar, hay que dejar claro que la agresión la consideramos aquí como un acto de una persona o colectivo que pretende causar daño a un tercero que quiere evitarlo. Es importante, pues el hecho de conseguir hacer daño o no (el resultado) no limita lo que es una agresión y por otro lado si la persona consiente, no es agresión (ej.: un tratamiento médico o fisioterapéutico que resulta doloroso).

A la primera pregunta que se nos plantea de si la agresión está aumentando en los últimos años, yo diría que los casos de agresión cada vez son más injustificables y por tanto, les damos más relevancia y hacemos más ‘salientes’. Las conductas agresivas están en la naturaleza de los seres humanos, pues evolutivamente constituyeron una ventaja para la supervivencia. Con el desarrollo de las sociedades y la cultura, estas conductas cada vez fueron menos adaptativas e incluso llegaron a ser todo lo contrario pues ponen en riesgo la convivencia. El desarrollo de la sociedad y sus normas ha ido estableciendo límite y castigo a estas conductas agresivas como norma general, pero en ocasiones su efecto ha sido precisamente el contrario. Basta recordar el holocausto nazi sobre la base de una cultura y sociedad especifica. Luego no siempre el desarrollo cultural ha ido de la mano de medidas que reduzcan la agresión.

Respecto al origen de la agresión,  la respuesta es compleja, pues no hay una única razón: confluyen factores personales del individuo (predisposición genética, aspectos de personalidad, niveles hormonales,…), culturales (ambiente familiar, grupos de amistades, valores culturales,..) y ambientales (estresores ambientales, medios de comunicación, situaciones específicas de provocación, rechazo,…).

Lo que se puede afirmar en casi todas las situaciones es que un comportamiento agresivo es exactamente eso: un comportamiento y como tal ha tenido una base aprendida y teóricamente puede ser ‘desaprendido’. Para ello, el individuo agresivo debe aprender comportamientos alternativos, ponerlos en práctica e interiorizarlos. La base del aprendizaje de conducta es simple también: las conductas que se refuerzan se aprenden y las que no se refuerzan (mejor que las que se castigan) se extinguen.

Luego deberíamos reflexionar acerca de si realmente hacemos esto, pues todos tenemos un papel relevante a la hora de educar a las personas que están en nuestro radio de influencia de esta forma: rechazando y ofreciendo nuestro punto de vista alternativo hacia cualquier conducta agresiva y  alabando y recompensando cualquier conducta alternativa.

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