Seguramente muchos de vosotros habéis oído hablar bastante de Mindfulness, otros no tanto. La mayoría conoce los beneficios de esta filosofía de vida, pero piensa que es muy difícil de practicar.

Los que practicamos habitualmente Mindfulness distinguimos dos tipos de práctica. Una es la práctica formal, aquella que se realiza con ciertas normas y disciplina, sin hacer otra cosa que Mindfulness. Otra, sin embargo, la llamamos práctica informal. Consiste en utilizar ciertas actividades de nuestra vida diaria para convertirlas en prácticas de Mindfulness. Para ello, no es necesario modificarlas ni utilizar ningún instrumento especial. Sólo desactivar el “piloto automático” que solemos llevar y aplicar toda nuestra atención a aquello que estamos haciendo.

Una de las prácticas informales más habituales es caminar con Mindfulness. Se trata de aplicar consciencia y atención a nuestro paseo. ¿Qué estamos viendo? ¿Qué o a quién oímos? ¿A qué huele mientras caminamos? ¿Qué sentimos en nuestro cuerpo al andar? ¿Sentimos en frío del aire, el ambiente fresco y húmedo, el olor de aquella panadería, el rumor de esa niña hablando con su padre?

Otra práctica informal muy útil es comer con Mindfulness. Se trata de aplicar nuestros sentidos durante el rato que dedicamos a comer. Degustar despacio, sin prisas, la comida y la bebida, evitando la distracción que nos producen los aparatos habituales: móvil, TV, etc.

También podemos realizar con Mindfulness otras muchas actividades cotidianas como ducharnos, sentir las gotas y el flujo del agua jabonosa por nuestro cuerpo. Podemos conducir con Mindfulness, estando totalmente atentos al asfalto y a lo que nos rodea, sin escuchar música ni otros distractores más que el sonido de lo que nos afecta en ese momento. Sin rumiar pensando en el pasado o el futuro, simplemente atentos a los obstáculos que debemos sortear, a la suavidad de nuestras maniobras.

Podemos planchar la ropa o fregar los platos con Mindfulness, sintiendo el agua en nuestras manos, la textura de los diferentes objetos, el olor del jabón. Así convertimos una tarea, generalmente percibida como desagradable, en una oportunidad de practicar nuestra atención al presente.

Esta es la fuente de nuestro bienestar, no la sonrisa y felicidad continua, si no estar y aceptar lo que hay: el presente, nuestro presente.

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