El otro día quedé con una amiga con la cual no nos veíamos desde hacía bastante tiempo, al preguntarme qué tal todo este tiempo yo le conté un suceso que me había pasado, junto con otra amiga que tenemos en común. Mi amiga me contesto “sí, ya me lo contaron” y a continuación me relato una versión que no tenía mucho que ver con lo que yo había presenciado en primera persona.

En ese momento pensé qué le han contado y luego caí en la cuenta de que la base del suceso era la misma pero ella había atribuido determinadas características al suceso teniendo en cuenta variables personales suyas y circunstanciales es situaciones similares, generando una versión que poco tenía que ver lo que yo había vivido. Yo intenté darle mi versión de lo sucedido pero percibí que a ella le daba igual saber cómo lo había vivido yo, ella ya sabía todo lo que quería saber del suceso y, lo más sorprendente, creía estar en lo cierto.

Más tarde, tras quedar con ella, estuve pensando en lo sucedido y recordé el típico juego infantil llamado teléfono escacharrado en el cual un niño le decía a otro en la oreja una frase corta pero de forma muy rápida, generando que el otro niño entendiera poco y rellenará los huecos con ideas que había creído entender. Al final del juego, la frase que recibía el último niño no tenía nada que ver con la original y empezaban las risas.

En este último caso, los niños estaban jugando y se reían de su capacidad de inventar cosas dispares. Pero, al igual que mi amiga, nosotros también adaptamos los sucesos que nos cuentan a nuestras creencias o sucesos previos sobre cómo han tenido que ocurrir las cosas. Es decir, distorsionamos lo que nos cuentan los demás para que nos encaje mejor y no nos genere una disonancia cognitiva.

 

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