Es conocido que, en las ciudades y pueblos de España, suele haber un portal, un bar, un banco, otro bar, otro portal y así sucesivamente. Podría tratarse de una tradición del pasado. Pero el hecho es que muchos bares, cafeterías y restaurantes sobreviven y otros muchos se abren cada año.

¿Qué encontramos los españoles en el bar, que no tengamos en casa? Trataré de expresarlo bajo dos perspectivas: la de las personas extrovertidas y la de los que somos introvertidos.

Son muchas las ventajas que encontramos en un bar. Tienen café y desayunos siempre a punto, sin necesidad de tener que hacer café en casa. Podemos picar algo a cualquier hora, cerca de nuestro trabajo, incluso un menú del día económico. Facilitan la comida, dada la jornada partida que es tan habitual en España.

Las personas extrovertidas  aprovechan el ambiente de los bares ajetreados y se ven en su salsa, rodeados de gente que habla con desparpajo. Incluso, si es un habitual del bar ya conocerá al camarero y a otros clientes con quienes puede conversar y contar, muchas veces, intimidades que no contarían a su mejor amigo. Tantas veces he escuchado a los camareros de la barra  decir que son como psicólogos, por las cosas que escuchan a lo largo del día. Si os fijáis, suelen ser muy discretos y mantienen más confidencialidad que una tumba. Las personas extrovertidas esperan al último momento para llegar a su casa, donde se encuentran “solos”.

Las personas introvertidas buscamos otra cosa en un bar. Al principio, miramos con horror a tanta gente. Sin embargo, es confortable pasar desapercibido y envolverse en el calor que proporciona la gente, sin necesidad de interactuar con ella. Es una forma de cambiar un poco nuestra habitual soledad y palpar la sociedad.

En todo caso, los bares son parte de nuestra cultura. Allí se respiran olores que claman a gritos que estamos en España. El aroma a tortilla de patatas recién hecha, a cerveza de barril o a café con churros. Por mi trabajo, he tenido la ocasión de viajar a muchos países distintos. Y puedo decir que, una de las cosas que más echaba de menos era entrar en cualquier bar de cualquier pueblo y poder decir: “¡Pepe, por favor, un pincho de tortilla!”

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