En las relaciones de pareja es bien conocido que, en los principios, estamos ciegos para lo malo de la otra persona. Esto es debido al fenómeno que los psicólogos llamamos “sesgo de confirmación”. Normalmente la pareja nos deslumbró por algo, generalmente de tipo físico y, en nuestra interacción con ella, vamos confirmando en nuestra cabeza una idea de ella, que se nutre de aquellos aspectos que concuerdan con esa visión inicial, que nos enamoró.

Obviamente, si los aspectos que no nos gustan se hacen muy visibles, hasta el amor más ciego se da cuenta y esa pareja no durará mucho. Según van pasando los meses, cada integrante de la pareja intenta escoger, del repertorio de conductas que son acordes a su personalidad, aquellas actividades y comportamientos que gustan a su pareja y así va ganando su aceptación. Esto es todo muy normal y acorde a nuestra condición de humanos. Buscamos aceptación, cariño y nos basamos en lo físico para la elección de pareja.

¿Qué ocurre pasados unos años? Se ha consolidado una pareja donde, muchas veces, las dos personalidades no son muy afines. Cada uno de los integrantes de la pareja va actuando más libremente, de acuerdo a su personalidad. Y sus opiniones y juicios son también conforme a su personalidad.

Pongamos un ejemplo. En una pareja, él es muy autónomo e independiente, mientras que ella es muy dependiente de la gente. Un medio día, han quedado a comer y él llega veinte minutos tarde por un atasco, después de una mañana conflictiva en el trabajo. Si, cuando se encuentran, cada uno juzga la actuación del otro de acuerdo a su propia personalidad, puede pasar lo siguiente. Él piensa: “Qué seria y triste parece, lo último que necesito después del día que llevo”. Ella piensa: “Me descuida llegando tarde, no me quiere. No le importo ni a él ni a nadie”. Todos imaginamos lo tensa que puede ser la comida que les espera.

Y lo peor de esto es que los juicios se vayan confirmando y vayan constituyendo parte de la descripción que hacemos de nuestra pareja. ¡Qué peligrosos son los juicios y más si se producen inconscientemente, con nuestra cabeza en piloto automático!

¿Qué proponemos para que no pase esto? Vivir conscientes en el presente, con Mindfulness y sin juzgar. Si somos conscientes en cada momento, podemos darnos cuenta cuando estamos juzgando y, amablemente con nosotros mismos, etiquetar ese pensamiento como “Juicio” y no aferrarnos a él, dejarlo ir, como fluyendo en la corriente de un río. También podemos aprovechar ese momento de lucidez para hacer alguna de estas dos cosas:

  • Buscar explicaciones alternativas a la conducta de nuestra pareja, que desconfirmen nuestro juicio inicial
  • Tratar de ver la situación desde la perspectiva de nuestra pareja, conociendo su personalidad, pensar cómo se puede sentir, en lugar de juzgar la situación sólo desde nuestra óptica.

Y, recordad, cada vez que os descubráis juzgando o etiquetando a alguien, etiquetad vuestro juicio y dejadlo ir. Los juicios son siempre simplificaciones y no hacen justicia a la persona real, con su riqueza y matices.

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