No sé si os habéis planteado por qué personas que aparentan ser pacíficos, cuando tienen algún contratiempo conduciendo se convierten en auténticas fieras.

Desde el punto de vista psicológico y de la evolución es totalmente entendible que una máquina tan compleja, grande y poderosa como un coche, nos asuste a priori. Poco a poco uno aprende a dominar su coche y llevarlo por los caminos más habituales. Pero suceden acontecimientos que nos sacan de la rutina y ponen a prueba nuestro dominio aparente sobre el coche. En esos casos, tiende a salir el animal que todos tenemos dentro y, si se lo permitimos, se pone al volante y puede ser muy peligroso.

Hemos de tener en cuenta que, al final, somos animales evolucionados y la evolución nos ha conducido a ser como somos. Muchas veces, la supervivencia ha potenciado que sobrevivan los más fuertes y agresivos. Pero también pueden sobrevivir aquellos que han aprendido a tratar políticamente con sus iguales, ya que somos seres sociales. La parte más antigua de nuestro cerebro es la parte más emocional y tiene millones de años de evolución “a sus espaldas”. La corteza cerebral es nuestra parte más racional del cerebro, donde reside el módulo ejecutivo, la atención, la consciencia. Esta parte es la que podría “sujetar” las emociones, pero es más reciente en la evolución y más lenta en su actuación. Por esto, cuando no estamos en estado de atención, las emociones primarias pueden tomar el control de nuestra actuación. Cuanto más atentos estamos y conscientes de lo que hacemos, más posibilidad tenemos de gestionar racionalmente las circunstancias y no dejarnos llevar por las emociones. Esta atención y consciencia pueden cultivarse y potenciarse con técnicas Mindfulness.

¿Qué podemos hacer para conducir el coche con atención? Lo primero, ser conscientes al entrar en el coche de la actividad que comenzamos y no poner “el piloto automático”. Se trata de coger el hábito de decirnos, al sentarnos al volante: “Cuidado, activa tu atención” e ir atentos a todos los aspectos relativos a la actividad que hacemos, en este caso, dirigir el coche.  Estar pendientes de los demás conductores, de la carretera y su estado en cada punto, etc. Cada vez que descubramos que nuestra atención se desvía de la conducción, la volvemos a traer gentilmente, con cariño.

Podemos hacernos conscientes de aspectos que antes no atendíamos, como la sensación del firme sobre nuestro cuerpo y las vibraciones que cada tipo de vía producen en el coche. Los sonidos de los demás actores que interactúan con nosotros. De esta forma, podemos anticipar actuaciones de los otros, atender problemas climatológicos externos, prever potenciales problemas en el coche que suena de distinta manera, etc.

Veremos que, con esta atención más intensa, lograremos disfrutar más de nuestros viajes y reaccionar más racionalmente en los percances que puedan suceder.

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