Es habitual y diría que hasta normal que nuestras emociones interfieran en nuestro comportamiento en todas las situaciones de la vida cotidiana. En realidad, no podemos evitarlo, nuestro estado emocional influye en cómo afrontamos las tareas, cómo nos relacionamos con los demás, cómo evaluamos las situaciones y cómo nos comportamos.

Sin embargo, y concretamente en el aspecto laboral, muchas veces escuchamos el término ‘mente fría’ para referirnos a la toma de decisiones ‘racional’ sin dejarnos llevar exclusivamente por la carga emocional del momento, o lo que es lo mismo, lo inadecuado de reaccionar y tomar decisiones ‘en caliente’.

Hay numerosas ocasiones en las que no somos conscientes del poder que tienen nuestras emociones en cómo nos comportamos en el ámbito laboral y las consecuencias de ello. Vamos a ilustrar algunas de las más comunes simplemente como ejemplos y reflexión extrapolable a todo nuestro comportamiento.

Por ejemplo, cuántas veces hemos observado o nosotros mismos nos hemos visto defendiendo ‘a capa y espada’ una actividad que nos ha resultado especialmente costosa y difícil frente a quienes pretenden cuestionarla o al menos someterla a crítica. Es lícito defender y poner en valor nuestro trabajo, pero cuando lo personalizamos (‘mi tarea’, ‘mi esfuerzo’) y por tanto lo consideramos parte de nosotros mismos es cuándo nos volvemos inflexibles, no aceptamos la opinión de los demás e incluso llegamos a reaccionar con enfado y cierta agresividad. La clave está es saber separar el ‘yo’ de ‘el producto de nuestro trabajo’. Cuando se pone en duda nuestro trabajo no se está cuestionando nuestra capacidad, simplemente una actividad que por supuesto puede ser mejorada y analizada desde diferentes puntos de vista.

Otro ejemplo bastante habitual es la catalogación de las personas que trabajan con nosotros según nuestros estándares de efectividad y calidad. Cada uno de nosotros tiene una forma de trabajar y unas debilidades y fortalezas, además cada uno adopta cierta metodología ‘propia’. Cuando medimos la actuación de los demás únicamente en base a nuestros estándares, es muy habitual que lleguemos a la conclusión que no lo hacen bien (según nuestro criterio, claro). La clave aquí está en:

  • En primer lugar: no extrapolar la actuación de alguien con su personalidad (Alguien no es descuidado, simplemente en esta circunstancia en concreto ha olvidado incluir o tener en cuenta ciertos aspectos). Siempre hay que considerar la actuación de las personas en las circunstancias en que se han desarrollado los hechos.
  • En segundo lugar, seamos objetivos, y evaluemos los resultados en lugar del proceso. Hay múltiples formas de conseguir un mismo objetivo y no necesariamente unas son mejores que otras.
  • Y por último, no pretendamos medir a los demás según nuestros estándares o normas, puede que lo que para nosotros sea lo óptimo no lo sea para los demás.

Si hacemos estas reflexiones antes de llegar a ciertas conclusiones, evitaremos muchas veces sentirnos frustrados, enfadados y seremos menos críticos y más constructivos con el trabajo propio y de los demás. Sin duda todo ello repercutirá en un mejor ambiente laboral y desempeño conjunto.

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