El otro día quedé con una amiga, ella está casada y tiene una hija de unos 12 años. Mientras tomábamos un café en una cafetería del centro me contó una situación, que había tenido lugar, cuando fue con su marido y su hija al médico. Acudían al médico especialista, porque la hija tenía que pasar revisión por unos lunares que tiene de nacimiento. Al mirarla el doctor, concluyó que uno de esos lunares sería conveniente extirparlo según el protocolo médico que llevan a cabo. Y, por lo tanto, les derivaba al cirujano para que éste valorará la posible intervención.

Cuando salían de la consulta, el marido de mi amiga se puso muy nervioso, repitiendo constantemente “van a operar a la niña”. La hija empezó a llorar y a decir que ella no quería ser operada. Ante esto, mi amiga, que también estaba algo preocupada, intentó tranquilizar a su hija, pero ésta insistía diciendo que no quería que la hicieran nada y, en el caso de que la hicieran algo, que fuera con anestesia general.

Al llegar a casa, mi amiga habló con su hija, consiguiendo que se tranquilizara. En cambio, cuando fue a hablar con su marido, se encontró a éste llamando a su madre diciéndole “mama, a la niña la tienen que operar”. Lógicamente, el susto que dio a su madre ante esa frase fue tal que mi amiga tuvo que ponerse al teléfono y explicar la situación.

Tal y como os he narrada esta historia, se resalta la importancia que tiene nuestra percepción e interpretación de los hechos sobre los demás. En primer lugar, tenemos al marido de mi amiga que reacciona de tal forma que asusta a su hija y preocupa a su madre. La hija es posible que al ser pre-adolescente y encontrarse con esta situación que es nueva para ella, se asustará. Pero la reacción de su padre, hizo que el temor previo que tenía, ella, ante esa situación nueva se incrementará.

Con todo esto, no quiero decir que la reacción del padre fuera incorrecta. Para él, lo era. Pero cuando, nuestro comportamiento influye en los demás, sobre todo, en nuestros hijos, sería conveniente modular nuestra reacción ya que ellos son maleables y podemos condicionar su comportamiento ante determinadas situaciones futuras sin darnos cuenta de ello.

 

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