Parece una pregunta absurda, está claro que somos individuos con nuestra propia personalidad, carácter, valores, opiniones, aficiones, etc. y por otro lado hacemos toda una serie de actividades y tareas de muy diversa índole a lo largo de nuestra vida.

Pero si reflexionamos por un momento a lo largo de un día entero ¿cuántas horas dedicamos a ‘hacer’ algo y cuántas a desarrollar lo que somos o queremos ser? ¿Cuántas de nuestras conversaciones o pensamientos están dedicadas a lo que tenemos que hacer, no hemos hecho o hicimos en el pasado y cuántas a lo que somos, fuimos o queremos ser?

Si prestamos atención a los diálogos de los niños, muchos de ellos incluyen lo que quieren ser de mayores, sus juegos simulan personajes en su propia persona o con sus juguetes y lo que les interesa realmente tiene mucho más que ver con la esencia de las personas que con lo que realmente hacen: eso no lo entienden tan bien. A medida que van creciendo, su día a día se va llenando de cosas que hacer: deberes, tareas domésticas y responsabilidades varias y la parte dedicada a querer ser o jugar a ser, va perdiendo peso.

Hasta aquí, nos parece un proceso normal que incluso identificamos con el desarrollo y la madurez de las personas: pasamos de ‘imaginar’ y ‘jugar’ a asumir responsabilidades y actuar.

El problema está cuando dejándonos llevar por esta dinámica, nuestro día a día se convierte en un listado interminable de tareas, sin apenas tiempo para acometerlas todas, para priorizar y distinguir lo importante de lo accesorio y lo que es peor para disfrutar de ellas, cualesquiera que sean. Y si a esto le sumamos que perdemos la perspectiva de quiénes somos y quiénes queremos ser y dejamos de analizar si lo que hacemos está alineado con esto, nos convertimos en meras ‘máquinas’ de ejecutar tareas. Máquinas imperfectas, no sólo por los posibles fallos que podamos cometer sino porque no estamos ‘diseñados’ para hacer únicamente: tenemos sentimientos, motivaciones, conciencia, valores y necesitamos relacionarnos con nuestros semejantes.

Como conclusión pensemos en qué es lo que recordamos de las personas cuando pasa el tiempo: ¿lo que hicieron específicamente o lo que son para nosotros? En la respuesta debería estar nuestra prioridad en la vida: dejemos un poco de hacer para dedicarnos más a ser.

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