Hay muchos padres que se empeñan en que sus hijos sean de una determinada manera, forzando su desarrollo, intentando que se cumplan las expectativas que tienen sobre ellos.

Es sabido que, una vez los padres descubren que están embarazados, comienza a desarrollarse en sus cabezas la idea del “hijo deseado”, de cómo esperan ellos que sea su hijo. Incluso de las expectativas que tienen de cómo debe desarrollarse el embarazo.

Una serie de ideas preconcebidas y de tópicos sociales pugnan por poblar sus cabezas, diciéndoles que todo tiene que ser perfecto, pura alegría, un derroche de gozo y amor incondicional por su bebé.

Sin embargo, durante el embarazo, tienen que ajustarse a la idea de tener un bebé, cambiar su manera de vivir para adaptarse. Ambos sienten molestias, que creen que son incompatibles con la completa felicidad que deberían tener y se sienten culpables. Incluso pueden sentirse agobiados o tristes, por los cambios hormonales que se producen: el cuerpo de la mujer sufre intensos cambios en ese periodo y después del nacimiento.

Pues bien, finalmente nace el bebé y es como es: niño o niña, más o menos alto o guapo, llora mucho, etc. Este es el “hijo real”. Los padres necesitan un tiempo para que se produzca su adaptación, desde el “hijo deseado” al “hijo real” que tienen. Esta adaptación, cuando es sana, conlleva un duelo, por el “hijo deseado” que se debe “enterrar”. De esta manera, se aceptaría la realidad y son los padres los que se ajustan a esta.

Si no se acepta al “hijo real”, los padres siguen anclados en su expectativa del “hijo deseado” e intentan amoldar al bebé a sus expectativas. Así, le calman cuando quieren o consideran oportuno que deba llorar, hacen que aprenda lo que ellos desean, que sea pianista como Mozart y, a la vez, tenista como Rafa Nadal o tal vez un futbolista famoso que les traiga dinero. A veces intentan reflejar en el niño aquello que ellos hubieran querido ser y no fueron.

Los padres deben asimilar que cada bebé es único, tiene un temperamento y su desarrollo no debería forzarse si no se quiere poner en riesgo su salud física y psíquica. Un ejemplo de esto son los niños que van al colegio muchas horas y después, por deseo de los padres que eligen trabajar a pasar tiempo con ellos, tienen infinidad de actividades extra-escolares. Los niños a ciertas edades necesitan jugar, no ser “personitas perfectas” que juegan a seis deportes, tocan tres instrumentos y hablan cuatro idiomas.

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