Desde hace unos cien años, se han inventado conceptos como angustia, ansiedad o estrés. Se inventan nuevos cuadros más complejos de síntomas que, unidos en una persona, la categorizan de diferentes maneras: ansiedad generalizada, ansiedad social, estrés agudo, etc. ¿Qué hay debajo de todas estas denominaciones? Todas ellas son formas de llamar una de nuestras emociones más básicas: el miedo.

El miedo es una emoción evolutiva y adaptativa, vive con nosotros desde el inicio de la humanidad. Ante situaciones amenazantes, el cuerpo humano desarrolla una reacción genérica y característica de miedo: El corazón late más rápido, se respira más aceleradamente para enviar oxígeno a las extremidades, las pupilas se dilatan para abarcar mayor campo visual. Se libera cortisol y se produce un gran flujo hormonal.

Toda esta reacción corporal, cuando se genera ante un peligro físico, nos ayuda a luchar o huir. Si se genera ante un reto, nos puede incluso ayudar a abordarlo con más energía. Sin embargo, si estamos sometidos a estrés continuado, el mecanismo del miedo se habitúa. De repente, puede activarse ante situaciones internas subjetivas que, aparentemente, no requieren tal respuesta. Quizá una percepción de calor, un fugaz pensamiento, provocan en la persona una reacción de miedo, aprendida en respuesta a lo que alguna vez nos amenazó.

Cuando nos pasa esto y nuestro cerebro no identifica el peligro, muchas veces desemboca en lo que suele llamarse “ataque de ansiedad” o “ataque de pánico”. ¿Qué es esto? No es más que un círculo vicioso, propiciado por nuestro cerebro que, ante sensaciones corporales de miedo, las interpreta como síntomas de algo grave y genera más miedo a su vez: miedo a volverse loco, a perder el control, a morir…

Como el mecanismo del miedo es adaptativo, está programado para no dañarnos. Llega un momento en que toca un máximo de activación y a partir de ahí remite. Esto significa que nadie ha muerto nunca por un ataque de ansiedad, por ninguno de sus síntomas.

Cuando estamos quietos, en reposo, algunos de los síntomas del miedo pueden experimentarse con temor. Ese temor alimenta la reacción de miedo en un bucle. Se experimenta taquicardia, respiración agitada, sentimos hormigueo o entumecimiento en nuestras extremidades. Tememos marearnos y caernos, perder el control. Con tanto flujo de sangre, sentimos calor y sudamos más.

Bien, pues esto es lo que se conoce como ataque de angustia, ansiedad o pánico. Quizá te sientas identificado con lo que acabas de leer. En el siguiente artículo daremos las pautas que seguimos en nuestra consulta, para ayudar a las personas que lo padecen.

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