Como comentaba en un artículo anterior, puede parecer que un psicólogo no puede o no debe tener problemas. Nada más lejos de la realidad. Continúo relatando algunos de los problemas con que me he enfrentado en este tiempo.

  • Gestionar las emociones de los pacientes. Es natural que, en un entorno terapéutico, las emociones afloren. Sin embargo, hay ocasiones en que ciertas emociones se desbordan y el terapeuta debe estar preparado para ayudar a contenerlas. Por ejemplo, pacientes que al relatar ciertos aspectos de su vida se echan a llorar; es muy saludable que liberen emociones, el terapeuta puede ofrecer un pañuelo y lo mejor es permanecer en un silencio de respeto. En otras ocasiones, hay pacientes con muy poca paciencia, que esperan soluciones en dos sesiones; para esto es bueno gestionar las expectativas del paciente el primer día, decirle que nuestro estilo de terapia es breve pero eso no significa rígido, cada persona es distinta y es necesario abandonarse en manos del terapeuta, que sea este quien marque el ritmo de la terapia. En otras ocasiones, algún paciente ha tenido el día malo y se enfada contigo; en estos casos no hay que entrar a discutir con el paciente mientras no se calme. Si vemos que su enfado aumenta, sugerir amablemente pero con firmeza dejar la sesión para otro día.
  • Consultas fuera de horario. La mayoría de los pacientes respetan el horario del terapeuta, reconocen que fuera de terapia es el tiempo personal del terapeuta y si tienen que contactar contigo, lo hacen de modo breve y práctico. Sin embargo, en otras ocasiones, algún paciente me ha llamado para comentar algo y la conversación ha durado más de una hora. O, a través de whatsapp, conversaciones muy largas, más allá de cambiar el horario de una cita o recordarme un aspecto importante para tratar en la próxima sesión. En estos casos, el paciente no tiene ninguna culpa, seguramente estará agobiado por algo. Somos nosotros como terapeutas quienes debemos aclarar los límites desde el primer día y ser flexibles: en caso de alargarse excesivamente, por ejemplo, comentar al paciente que el tiempo le será incluido en la próxima factura o restado de la siguiente sesión. De esta forma, el paciente se hace consciente de que ese tiempo forma parte de la terapia.
  • Proposiciones sexuales más o menos explícitas. En alguna ocasión, algún paciente me hizo varias insinuaciones provocativas en el terreno de lo personal. Mi tarea como terapeuta es dejar los roles claros y decir que no me siento cómodo, intentando no dañar al paciente. Hay casos en que la propuesta vino como un intercambio de favores, para no tener que pagar y al dejar las cosas claras el paciente no volvió. En otras ocasiones se trata de atracción genuina y hay que hacer ver al paciente que esto interfiere con la terapia, que si sigue con ese sentimiento deberé dejar de atenderle y recomendarle otro terapeuta.

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