Voy al aeropuerto a recoger a mi hermano Jaime, que llega de Hong Kong donde está trabajando como chef, viene a pasar unos días en familia. Son muchos los recuerdos que me trae un aeropuerto, he viajado mucho en mi vida por trabajo y por placer, pero hoy quisiera reflexionarlos desde el punto de vista del psicólogo.

Sé que mi hermano podría coger un taxi, no necesita que nadie le vaya a recoger. Pero también sé que viene a vernos, a su familia y amigos y me gusta estar ahí, que se sienta arropado y en familia desde el principio.

Cuando uno llega a otro país, incluso a otra región, de un viaje largo como suelen acabar siendo los viajes en avión, se mezclan varios estados en la persona. Desde el punto de vista del cuerpo, solemos estar cansados, molidos, desorientados por el cambio horario, la falta de sueño, el entumecimiento y la incomodidad del asiento, el ambiente viciado del avión.

En cuanto a las emociones, se unen la nostalgia de lo que dejamos en el lugar de origen, que genera cierta tristeza, con la incertidumbre de lo que vamos a encontrar, que vivimos con algo de ansiedad. También se junta la alegría de ver a alguien y algo diferente. Pero es un momento lleno de emociones. Dichas emociones se entrelazan con el cansancio físico.

También los pensamientos se agolpan en nuestro cerebro, algunos inconscientes y reprimidos por el cansancio corporal; ¿Qué nos vamos a encontrar? ¿Cómo vamos a abordar los primeros trámites? ¿Cómo estarán las personas que dejamos y las que vamos a ver? ¿Cómo habrán cambiado las cosas, si volvemos a un sitio conocido? ¿Cómo nos vamos a adaptar a la nueva situación que nos espera, aunque sea un entorno familiar?

Es por todo esto que se agradece tanto que una persona te esté esperando en el aeropuerto y se haga cargo de tus necesidades materiales, mientras tú te abandonas a su cuidado y te limitas a sobrevivir, con un contento interior por que alguien se ha desplazado y ha estado esperándote, pensando en ti mientras llegabas.

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