Es conocida la metáfora del junco, aparentemente frágil, su flexibilidad le permite no partirse, ante las inclemencias del tiempo. Una de las cosas que más agradezco de mi formación como psicólogo es que me ha ayudado a flexibilizar y abrir mi mente.

Recuerdo que yo, en mi juventud, era muy rígido. Pensaba que ciertas ideas y formas de ver la vida formaban parte de mí y que defenderlas era una cuestión personal, que si alguien criticaba esas ideas se metía con mi persona. La rigidez mental es una de las características que más daño nos hace a los seres humanos. Y también está relacionado con confundir nuestros pensamientos con nosotros mismos. Darnos cuenta de que nuestros pensamientos o sentimientos no somos nosotros, aunque forme parte de nuestro yo, generalmente nos libera y nos produce bienestar.

Cuando estudié Antropología, me di cuenta de que los seres humanos llevamos muchos miles de años en el planeta. Y que las costumbres varían mucho de unos lugares a otros. Pocos temas se repiten de cultura en cultura y de época en época. Incluso normas que nos parecen actualmente lo más lógico y natural, hace diez mil años ni siquiera se conocían.

He tenido oportunidad de viajar por muchos países de los cinco continentes y te das cuenta de que, incluso en la misma época, las formas de ser y de comportarse son muy diferentes de un país a otro. Cambian las formas de ver la vida, de entender la política y al ser humano. Enriquece mucho ver que hay tantas formas de pensar como seres humanos. Y enriquece también darse cuenta de que las soluciones que nuestra cultura da a ciertos problemas, en otros lugares y tiempos han sido otras.

Cuanto más flexible y abierta tiene uno la mente, más entiende y comprende los comportamientos de los demás. Es por esto que un psicólogo necesita ser flexible, pues debe entender para ayudar a clientes de lo más variopinto.

En la vida cotidiana es muy útil ser flexible y nos puede ayudar, en primer lugar, a entendernos y querernos a nosotros mismos, validando nuestros comportamientos en las circunstancias en que se produjeron. También nos ayuda ser flexibles cuando juzgamos, consciente o inconscientemente, el comportamiento de los demás. Si tenemos en cuenta que los juicios los hacemos desde nuestra perspectiva, cuanto más ampliemos esta, más posibilidades tendremos de acertar al interpretar el comportamiento de otros.

Imagina la siguiente escena: Son las siete de la tarde, estás cansado de tu jornada laboral, has quedado con una persona y esta se retrasa media hora en llegar. De los pensamientos y juicios que pasen por tu mente durante esa media hora, dependerá el trato posterior con esa persona una vez llegue. Quizá, desde nuestra perspectiva interpretamos que vaya falta de educación llegar tarde, que supone una falta de respeto, que esa persona no nos quiere, etc. Sin embargo, si abrimos nuestra mente, podemos pensar muchos más motivos para que una persona llegue tarde, la mayoría de ellos ajenos a su voluntad: atascos, accidentes, olvidos y lapsus, etc. Y nos daremos cuenta de que, por encima de sus actuaciones, está la persona.

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