¿Qué consideramos como agresividad?

Hay muchas personas que nos relatan que no pueden controlar su agresividad. Generalmente, más que actos, son palabras: insultos, gritos, discusiones muy subidas de tono. En otras ocasiones, llegan a la acción, golpeando objetos, rompiendo cosas o, lo que es peor y casi inadmisible en esta sociedad, pegando a otras personas.

Dejaremos de lado las conductas de psicopatía en que las agresiones se producen premeditadamente y a sangre fría, sin apenas empatizar con la víctima. En el resto de personas con conductas agresivas, solemos observar explosiones: momentos puntuales en los que estos pacientes nos narran que pierden el control, ya no son capaces de pensar y se dejan llevar por su ira.

Por lo general, estas personas suelen arrepentirse bastante rápidamente de sus conductas. Pero estas son tan explosivas que causan daños muchas veces irreparables: relaciones rotas, despidos o conflictos laborales, enfados con amistades, etc.

¿Cómo tratamos la agresividad en Conectia Psicología?

  • Primero trabajamos el autoconocimiento del paciente y la aceptación de su persona: suelen ser personas con baja autoestima, que no se aceptan y quieren a sí mismos. Sus actos de agresividad suelen llegar a partir de su frustración y de ataques, percibidos o reales, a su personalidad.
  • También trabajamos desde el principio, mediante técnicas de Mindfulness, la consciencia del paciente para que aprenda a estar con los cinco sentidos en el presente, consciente de lo que sucede a su alrededor y menos esclavo de sus emociones y pensamientos. De esta manera, la persona aprende a identificar y darse cuenta de las situaciones que generalmente le producen enfado. Y aprende a darse cuenta de sus emociones y cómo estas empiezan a mostrarse, en particular la ira.
  • En tercera fase, comenzamos a trabajar con el paciente para identificar las situaciones en las que sus reacciones violentas aparecen con más frecuencia. Y vamos enseñando al paciente técnicas para ir afrontando esas situaciones sin necesidad de enfadarse. Aprenden a darse cuenta, respirar y pensar. Aprenden a empatizar con las personas implicadas, tratar de entender, en frío, por qué actúan así y por qué sus palabras o actos le causan enfado. Cuando empatizas con el otro, te cuesta más agredirle.