Quería haceros partícipes de una experiencia que tuve hace unos días, cuando estaba de vacaciones en Alicante.

Salí temprano a dar un paseo por la playa y ver amanecer y, como no había tenido tiempo de hacer la meditación diaria todavía, pensé en hacerla frente al mar. Hacía unos meses había observado a otra persona hacerlo y me dio cierta envidia.

Busqué un lugar tranquilo, a las afueras de la población, me acerqué a la orilla y me senté mirando al mar. Lo primero que me vino a la cabeza es la postura, que habitualmente hago sentado en una silla. En esta ocasión probé la postura del loto, con las piernas cruzadas y las rodillas en el suelo. Al principio es cómodo pero a medida que pasaba el tiempo notaba bastante tensión en las rodillas y un poco en la espalda.

Luego cerré los ojos y me concentré en la respiración, como entra y sale del pecho y su paso por la nariz. Además de esa sensación en la nariz, en la que fijaba mi atención, otros seres se encargaron de llevar lejos mi atención: las moscas. Se me posaba alguna mosca en las piernas y con su caminar provocaba ciertas cosquillas. Mi primera reacción fue quitar la mosca con la mano, pero intenté no reaccionar de inmediato, si no centrarme en la sensación que provocaban estos animales en mi piel; una vez la aceptas, es soportable. Además, pensé, estos animales también tienen derecho a vivir y coexistir con nosotros, ya que mi primera reacción fue pensar que ojala existiesen playas sin moscas.

A todo esto, mi atención se desviaba bastante de mi respiración. Como en Mindfulness no hay ningún objetivo prefijado, estaba tranquilo: lo que viniese, lo aceptaría.

Después pensé: estoy en una playa estupenda y tengo los ojos cerrados. Abrámoslos para contemplar la belleza y tranquilidad del mar. Entonces fijé mi atención en las olas, cómo vienen y van de continuo. Al fijarme bien, descubrí que las olas están hechas a su vez de pequeñas olas, que van a un ritmo semejante a la principal. También descubrí que su cadencia es irregular, es decir, que hay intervalos en que van más seguidas y momentos en que no viene ninguna.

A todo esto, cuando la atención se escapaba de las olas, descubrí cosas en las que nunca me había fijado: un pez avanzaba saltando sobre el agua continuamente, también un pájaro que bajaba a picar su comida en forma de pequeño pez en el mar.

 

Conclusiones y lecciones que aprendí:

  • No hay formas estándar de hacer las cosas, todas son bienvenidas
  • Las posturas no son determinantes a la hora de hacer meditación, incluso uno puede fijarse en el malestar corporal y aceptarlo
  • No hay objetivos cuando uno se sienta a meditar, todo es bienvenido. La experiencia es la que es, no la que unas normas dictan cómo debería ser ni siquiera lo que uno desearía que fuese.
  • Importancia de no juzgar: Mi mente divagaba, eso es lo normal. Hay animales, es lo normal. No es bueno ni malo, simplemente es y yo estaba siendo consciente de ello.

Emilio Núñez