Mindfulness es una palabra que pretende poner nombre a una experiencia que precisamente se vive sin palabras. Nos puede sonar a algo pendiente de descubrir o incluso algo difícil de alcanzar con nuestra vida agitada, llena de cosas que hacer, pensar y resolver. Mindfulness por su sencillez puede en principio parecernos que es no hacer nada y por ello parecernos una irresponsabilidad. Pero se trata de dar descanso real a nuestro cerebro; cambiando unos hábitos mentales de actividad improductiva que nos cansan emocional y físicamente. Este “no hacer nada” inicialmente veremos que no nos resulta tan fácil, y pronto encontraremos sus efectos muy beneficiosos sobre nuestra atención, vitalidad y espontaneidad, sobre nuestra concentración, regulación emocional… en toda la vida cotidiana. Finalmente, desde otro punto de vista, son unos minutos diarios que nos pueden hacer ganar el resto del día.
La psicóloga Anat Baniel trabaja con el movimiento consciente en todo tipo de poblaciones y nos recuerda como el hábito y la rutina, el vivir en modo piloto automático finalmente nos pasa factura. Nos lleva a tener la impresión de que nada es nuevo, de que todo ya ha sido dicho o sentido muchas veces y la vida nos acaba pareciendo monótona y carente de ilusión. Como resultado de su trabajo ella observa incrementos en el bienestar y energía de las personas que atiende.
Apenas sin enterarnos un pensamiento puede llevarnos a otro, originando una cadena de pensamientos mientras nos dedicamos a actividades que apenas requieren de nuestra atención. Podemos creer que no estamos haciendo nada y sorprendernos después con el cansancio. La atención plena o mindfulness ayuda a que recuperemos la atención sostenida en aquello que hacemos, al poner la intención en ello, y recuperar así el hábito de estar conscientes, presentes en nuestra propia vida. Ramiro Calle, pionero en la enseñanza del Yoga en España, solía decir en sus clases: “La vida y el pensamiento llevan caminos separados”. La famosa frase de John Lennon nos dice lo mismo: “La vida es aquello que te va sucediendo mientras estás haciendo otros planes”. Me imagino que me llamó la atención el contenido de estas frases el día que comencé a necesitarlo.
Darle su valor a acontecimientos tales como la respiración, nuestro movimiento o el sentir nuestro cuerpo, nos permite soltar el pasado y el futuro por un momento. Es un regalo que nos podemos hacer en cualquier momento y un acto de amor diario hacia nosotros mismos.
Estamos acostumbrados a vivir identificados con nuestra mente. Desde el mindfulness trataremos de diferenciar cual es la actividad de la mente y donde estamos nosotros; distinguir entre lo que ocupa nuestra cabeza y el vivir en conexión con nuestra realidad. A veces tratamos de protegernos de la realidad huyendo de ella. El mindfulness nos ayuda a mantenernos enfocados, limitando la cantidad de tiempo que podemos emplear en algunas cosas no relevantes para nuestra realización personal. La práctica del mindfulness refuerza los circuitos de la mente para notar cuando la mente divaga y poder devolverla al foco. Desde el mindfulness se procura una mente a nuestro favor, que nos acompañe sin juzgarnos.
Podemos diluirnos en exceso con los sucesos que nos rodean, alejándonos sin saberlo de nuestra propia trayectoria. La ventaja que nos concede mindfulness es poder superar las circunstancias de nuestra vida mediante un aumento de conciencia de nosotros mismos, y facilitarnos el “descansar en ese lugar donde toda nuestra historia es perfecta”.