En nuestro día a día, en todas las familias, grupos de amigos, etc. solemos oír el término envidia sana para referirse al sentimiento que tiene una persona hacia otra porque tiene o ha conseguido algo, que la primera persona no ha logrado, pero haciendo referencia a que, en el fondo, se alegra por esa persona. Seguro que todos vosotros acabáis de recordar algún momento en que o bien habéis oído la expresión o creéis haberla experimentado.
Pues bien, debo informaros de que el término envidia sana no es correcto, el mismo es una contradicción. Si algo nos genera envidia, ésta no puede ser sana. En primer lugar, la envidia siempre se ha considerado como algo negativo que genera que actuemos de forma rencorosa y egoísta. No hay que olvidar que en nuestra tradición cristiana la envidia es uno de los siete pecados capitales, por tanto, no es algo que tenga una variante mala y otra buena, una insana y otra sana.
Esto lleva a que no se identifiquen correctamente los sentimientos que tenemos hacia los demás. Es cierto que podréis decir que si todos consideramos la envidia sana como lo definido más arriba no tendría por qué haber problemas. Pero, éste surge cuándo hay que delimitar en cada persona hasta qué punto esa envidia, que experimentas, es sana.
Ese sentimiento de ver en el otro un logro, que tú no has conseguido y que te genera cierto malestar, aunque sepas que esa persona ha trabajado mucho por ello, es envidia sin más. Si después, al cabo de minutos, horas o días, te alegras por esa persona, lo que sientes es satisfacción por el logro de esa persona. La envidia que has sentido, al principio, se ha disminuido dando lugar a otro sentimiento.
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