Hace unos días tuve ocasión de asistir por cuarta vez, en directo, a la reproducción de la Novena Sinfonía de Beethoven en el Auditorio Nacional de España. Es una pieza que me maravilla por su belleza, armonía y por su complejidad técnica. Incorpora un coro de cientos de personas como si fuese un instrumento más: La voz. El director da paso a las voces del coro como si de violines se tratase. Las voces se deben tener a punto partiendo de cero, cuando llevan tres movimientos sin estrenarse, solo esperando… Es magnífico el ejercicio de coordinación.

Muchas veces me he preguntado por qué hay ciertas obras de música clásica que no pasan de moda: Además de los cientos de años que han perdurado en la memoria colectiva, duran decenas de años en las vidas de muchas personas. No os habéis preguntado por qué uno no se cansa tan rápido de obras como estas, como sí lo hacemos de la mayoría de canciones pop o rock.

Uno de los motivos que encuentro es la longitud de la obra. La Novena Sinfonía consta de cuatro movimientos  y de un total de 74 minutos aproximadamente. A lo largo de ese tiempo tiene muy diferentes pasajes si bien mantiene una temática común. La persona, al escucharla, cada vez se entretiene y emociona con un pasaje, descubriendo nuevas sensaciones en cada ocasión.

Esta longitud de las obras antiguas tiene que ver con la manera en que éstas eran escuchadas. Al no existir muchos medios de reproducción en aquella época, la única forma de escucharlas era su representación en vivo. Y reunir a todo un auditorio para ofrecerle una canción de 4 minutos no era de recibo. Repetir esa misma canción 10 veces tampoco parecía de recibo. Pero encontraron esta manera, obras de alrededor de 45 minutos con un tema común y recurrente que iba atrapando al espectador y haciéndole ansiar el tema principal mientras se divagaba por diferentes territorios siempre conexos.

Otro motivo del éxito de la Novena Sinfonía hoy día es, a mi modo de ver, la mezcla de todos los instrumentos incluida la voz humana. Esto posibilita que los oyentes, cada vez que la escuchan, puedan fijarse en unos sonidos distintos, que en cada momento le evoquen ciertas emociones y pensamientos. Hay veces que es el coro en su conjunto el que nos emociona, otras el tenor quien nos arroba. En otros momentos vitales son los violines, celos o clarinetes los que nos hacen emocionarnos. En nuestro cerebro se asocian las sensaciones, en este caso la música, con las emociones y pensamientos que vivimos en ese instante y esas conexiones existen hasta que nos morimos.

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