Hay muchos aspectos que pueden convertir una experiencia que en principio hemos imaginado como fantástica en algo que realmente no lo es tanto. Dejando a un lado todo tipo de imprevistos graves o situaciones accidentales, hay multitud de pequeños aspectos que podemos conocer y controlar para evitar que algo con lo que hemos soñado muchos meses, se convierta en una experiencia calificable de cualquier forma menos placentera.
En primer lugar, durante la fase de preparación, debemos intentar disfrutar de la misma imaginando las situaciones que viviremos pero sin caer en el ‘agobio’ o saturación por intentar planificar y cerrar hasta el más mínimo detalle. En general un viaje cuya preparación lleva más tiempo que el disfrute del mismo, está excesivamente planificado, podemos adoptar esta sencilla regla.
Por otro lado, la fase inicial del viaje, ese momento crítico en el que acabamos de llegar al destino también es un momento muy delicado y que genera mucha ansiedad e incluso decepción. Ansiedad porque toda situación novedosa (entorno, personas, idioma, costumbres…) requiere cierta adaptación y decepción porque nunca las cosas son exactamente como las hemos imaginado. En este caso, lo ideal es darnos tiempo y no dejarnos guiar de la primera impresión así como intentar disfrutar de lo que encontramos más que compararlo con lo imaginado.
Durante el viaje se suelen producir una serie de situaciones más o menos recurrentes que, dependiendo de cómo las afrontemos, pueden hacernos disfrutar del mismo o todo lo contrario:
- El agotamiento: el estrés que supone adaptarse a la nueva situación se junta muchas veces con la necesidad de verlo todo, hacerlo todo, vivirlo todo cuanto antes. Los primeros días lo podemos aguantar más o menos bien porque estamos tan ilusionados que superamos este cansancio pero, poco a poco, las fuerzas nos fallan y el agotamiento nos impedirá mantener el ritmo y lo que es peor nos impedirá disfrutar. En este sentido, pensemos siempre que es un viaje de placer y cualquier cosa que nos genere esta agradable sensación es válida; pueden ser actividades varias o simplemente descansar sin hacer nada, dependiendo del momento.
- Los acompañantes: en el caso que no viajemos solos, todos tenemos unas expectativas sobre lo que tienen que hacer y cómo deben comportarse nuestros acompañantes: pareja, hijos, amigos, etc. Evidentemente cada uno tiene una forma de disfrutar de este viaje y por tanto unas preferencias, no intentemos imponer o pretender que todos disfruten de lo que nos gusta a nosotros. Lo ideal sería respetar la individualidad planificando durante el viaje un tiempo para el disfrute individual y ciertas actividades colectivas.
Y por último, la vuelta. Salvo en aquellos casos en que realmente el viaje se haya convertido en una pesadilla, la vuelta a la rutina nos llena de tristeza y añoranza. Es inevitable, es triste que lo bueno se acabe luego no hay forma de evitarlo, lo que si podemos evitar es pensar demasiado en lo que tenemos que hacer nada más llegar, vayamos resolviendo paso a paso lo que tengamos que hacer (deshacer la maleta, lavar la ropa, revisar el correo, hacer la compra. etc.) sin hacer el ‘listado’ mentalmente.
Resumiendo, durante todo el viaje, al igual que debería ser en nuestra vida en general vivamos y disfrutemos más de lo que tenemos delante en cada momento, anticipando y recordando menos.
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