Puede sonar a insulto pero no es más que la verdad. Los seres humanos, por muy evolucionados y sofisticados que parezcamos, no podemos ocultar nuestra condición animal. Llevamos millones de años evolucionando, como el resto de los animales. Nuestros cuerpos se han ido adaptando al medio ambiente en cada época y, si hemos sobrevivido, es porque somos muy aptos.
Con la abundancia de comida, quizá debido a la agricultura sedentaria, al cocinado de las carnes, a nuestro pulgar… ha ido creciendo el tamaño relativo de nuestro cerebro. Y esto ha posibilitado nuestra consciencia. Y el habla y la música más perfeccionadas que en otras especies. En algunas culturas, llevamos unos miles de años utilizando ciertas leyes y códigos para regular nuestra convivencia. Pero esto sólo ha sido así durante una pequeña parte de nuestra historia; En la antigüedad las personas nos regíamos puramente por nuestra supervivencia.
Nuestros cuerpos y obviamente nuestro cerebro se han ido moldeando y adaptando para sobrevivir. Todas las emociones que tenemos son buenas, en el sentido de que nos ayudan o nos han ayudado a sobrevivir a lo largo de la historia de la vida sobre la tierra. Por tanto, cuando observamos nuestra tristeza, nuestra ira, en lugar de rechazarnos o culparnos, podemos aceptarnos con ellas, querernos así, mirar a nuestro interior con curiosidad: ¿Para qué me servirá esta tristeza o esta ira, que ha ayudado a sobrevivir a tantos de mis antepasados? ¿Cómo soy en realidad?
La sociedad actual y sus normas de convivencia ayudan a que podamos coexistir tantos millones de personas en el mundo, lo más armónicamente posible. Pero, recordando nuestra evolución, esta no se basó en la convivencia armónica si no en la supervivencia. Por tanto, es lógico que descubramos en nosotros sentimientos o deseos que, a lo largo de nuestra evolución, ayudaron a nuestros antepasados a sobrevivir.
Por ejemplo, sentimos el fuerte deseo de aparearnos sexualmente y este no se inhibe totalmente aunque tengamos pareja estable. En la historia, los humanos debían aprovechar las oportunidades de apareamiento que se presentaban pues era muy difícil que un embarazo llegase a término y que las crías sobrevivieran. El hecho de que, mediante ciertas leyes que la sociedad haya ido acordando con su mejor intención, se establezca la monogamia, no puede ocultar nuestro instinto más interno, animal y primitivo.
Lo mismo ocurre con el autocontrol de nuestra ira. La convivencia entre todos nos ha llevado a acordar unas normas, más o menos arbitrarias, que cada cultura asume. Sin embargo, el animal que somos intenta imponer conductas agresivas, si no somos conscientes y las frenamos. Golpear, atacar, son conductas que resultaron muy beneficiosas y adaptativas en otra época. Si queremos inhibirlas, necesitamos la consciencia, habilidad que lleva menos tiempo con los humanos que su agresividad.
Mindfulness puede ayudarte a desarrollar aquello que más humanos nos hace, nuestra consciencia.
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