Es normal, es algo innato a todos los seres humanos tener miedo a la muerte. Es un miedo adaptativo, que nos ayuda a mantenernos vivos el mayor tiempo posible. Sin embargo, hay personas en las que este miedo se vuelve patológico, excesivo y les impide disfrutar de la vida. En estos casos, es bueno recurrir a la ayuda de un psicólogo de confianza.

Hace unos meses he realizado un curso de primeros auxilios psicológicos. Se trataba de aprender a intervenir, para ayudar a personas que han vivido situaciones traumáticas, catástrofes masivas, muerte de personas cercanas. En definitiva, personas que han vivido de cerca la muerte, por accidente, sin previo aviso. He de reconocer que, al principio del curso, sentí bastante malestar y miedo, escuchando hablar de tragedias y muerte, con el temor de que tales eventos pudieran ocurrirles a personas queridas o a mí mismo. Poco a poco, a fuerza de tratar el tema desde diferentes ángulos, me fui habituando y ya no me causaba tanto temor.

Hay pocas evidencias tan claras y reconocidas como que “Todo pasa”, todo tiene un final, los seres vivos nos morimos, perdemos eso que llamamos vida, el funcionamiento de nuestras células y del cuerpo en su conjunto.

Muchas personas tienen miedo a contraer enfermedades. Como decíamos al principio, este miedo nos mantiene vivos. Lo llamamos hipocondría cuando no se basa en evidencias o preocupa con más frecuencia de la que sería razonable; en definitiva, incapacita a la persona en algunas funciones, y en su bienestar.

Algo muy beneficioso para estos casos es mirar a la muerte sin miedo, cara a cara. Preguntarnos: ¿Estoy preparado? Nos diremos: “Estoy cuidándome razonablemente (sin volverme paranoico) y disfruto de lo que la vida me da. Acepto y asumo que un día se acabará, pero no me obsesiono con ello. Poco puedo hacer al respecto: Si me preocupo y me muero, de poco me sirve. Si me preocupo y no me muero, he conseguido amargarme la vida”.

Por tanto, las preocupaciones razonables. Por un lado, para salvaguardar nuestra salud, haciéndolo compatible con disfrutar de la vida, no cuidarnos tanto que nos amarguemos. Por otro lado, preparar las cosas para que nuestra muerte no nos pille desprevenidos. Tener testamento hecho, dejar instrucciones a alguna persona cercana de confianza acerca de cómo quisiéramos que fuese nuestra despedida, si deseamos  donar nuestros órganos, etc.

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