El género de terror ha tenido sus adeptos y detractores pero siempre se ha dicho que las películas de terror adquieren su mayor apogeo en las épocas de crisis económicas y/o mundiales, porque los espectadores de ese tipo de films quieren ver algo que les evada de la precaria vida pero a la vez sentirse felices con la vida que llevan, viendo desgracias ajenas, ficticias, en la gran pantalla.
Pero aparte de que pueda existir una explicación sociológica sobre porque gustan las películas de terror en general y en determinados momentos aún más, debe haber alguna explicación psicológica subyacente en ello. Son muchas las teorías que se han generado para intentar explicar por qué el ser humano quiere pasar miedo, cuando lo lógico y esperable sería alejarse y evitarlo.
La primera de esas teorías se basaría en la descarga de adrenalina que experimentan los espectadores mientras ven las películas de terror ya que viven intensamente lo que sucede, estando en vilo durante gran parte de la película o gritando en algunas escenas ante algo imprevisto o un susto.
La segunda teoría es que los espectadores estarían dispuestos a pasar una hora y media angustiados con el film para al terminar la película abrigar un sentimiento de alivio.
Ninguna de las dos teorías ha encontrado suficientes apoyos, siendo un tema con bastante interés y controversia en la actualidad, ya que incluso algunas teorías han planteado que solamente este tipo de películas gustaría a personas que disfrutan infringiendo dolor a otras en la vida real. Dicha hipótesis no se sostuvo pues gran parte de los espectadores de una película de terror no se plantean hacer lo que ven en la película a nadie y ni siquiera que se lo hagan a ellos mismos.
Por lo tanto, a día de hoy no sabemos exactamente qué es lo nos motiva a ver películas de terror, aunque, personalmente, me inclino por la primera teoría. Aquella que plantea que es una forma de liberar adrenalina, sin necesidad de hacer nada más que sentarse en una butaca.
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