Muchas personas en el mundo viven en un barco. Parece que el medio líquido les aporta paz, como una vuelta al vientre materno.
Desde que el ser humano apareció sobre la tierra, el mar ha sido un medio hostil para él. Y todo por la necesidad de respirar. Hay que recordar que los bebés en el seno materno viven en un medio acuático, pero son semejantes a los buzos, reciben todo el oxígeno a través del cordón umbilical.
Una vez el hombre consiguió establecerse, dejar de ser nómada gracias a la agricultura, que le proporcionó una alimentación más continuada y permitió que el cerebro fuese creciendo. El cerebro es el órgano que más energía consume y necesita muchos nutrientes para desarrollarse.
Imagino que sería mediante prueba y error, viendo cómo un tronco flotaba en el agua, al ver cómo otros animales sí se aventuraban al mar y nadaban, cómo el hombre fue tramando la idea de adentrarse en el mar él también. Poco a poco, intentaría acercarse a una isla no muy lejana, que prometía ofrecer frutas y animales inacabables.
El barco es un monumento a la inteligencia humana. Su belleza, erguido en un mar sereno, nos lleva a considerar cómo somos capaces de superar las dificultades y de ir más allá de las puras necesidades físicas instintivas. Cómo aprovechar las fuerzas de la naturaleza, el viento, a nuestro favor. Esto nos enseña cómo todo, hasta lo más inverosímil, puede ser aprovechado para construir y salir adelante el ser humano.
Recuerdo cuando mi amiga Virginia, ingeniero naval y mi maestra en cuestiones marítimas, me explicaba con gran cariño las cosas más básicas de los barcos, las reglas de la circulación marítima, las partes más importantes de un barco, cómo se señalizan las entradas a los puertos, los faros, etc. Recuerdo su primera lección: relacionar la ‘E’ de E-stribor con la parte dErEcha, también con E y el color vErde. Por el contrario, babor, roja, simbolizan lo opuesto, la parte izquierda. Así los barcos saben que una luz verde en un puerto, corresponde con la parte derecha de su entrada. Con tanto cariño hablaba mi amiga de los barcos que me lo contagió. Desde entonces, soy cada vez más adicto al mar.
También me hablaba Virginia de las diferentes partes del barco, las cuadernas que lo configuran, la quilla con su amura rematando a proa… Me fascinan los términos marítimos que son un homenaje a ese nuevo terreno ganado por el hombre: al dominio de las zonas marítimas. En ese “territorio” se habla con sus propios términos. Cuerda se dice cabo, derecha es estribor. Y así todo. Para sus habitantes es importante conocer ese idioma. Allí no puede haber equívocos. Una vez en el mar, o se siguen las normas o no se sobrevive. La naturaleza tiene una fuerza brutal y el hombre la ha dominado únicamente mediante su inteligencia.
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