Estudié Ciencias Físicas y Psicología. Ahora me dedico a atender pacientes como psicólogo. Mi educación siempre se ha basado en la ciencia y apenas tengo nociones de Historia del Arte.
Ayer visité el Museo Thyssen y quisiera compartir lo que sentí allí desde el punto de vista de una persona de a pie, no capacitado para valorar técnicamente un cuadro. Estas fueron varias de las ideas que pasaron por mi mente.
Al explorar la exposición temporal de Caravaggio, me fijé en que nació en 1571 y falleció en 1610. En esos tiempos las personas no vivían tantos años como ahora. En 39 años vivió una vida sumamente creativa. Actualmente hay muchas personas de 39 años que apenas están comenzando su madurez profesional.
En lugar de pasar la vista por todos los cuadros, dedicando apenas 10 segundos y, con suerte, algo de atención a cada uno, decidí dedicarle bastante rato a aquellos que llamasen más mi atención. Recuerdo con especial gusto el de “Santa Catalina de Alejandría”, una parte del cual puede verse en la foto que se incluye en este artículo. Allí se veía una joven muy hermosa, rodeada por los instrumentos que le dieron muerte: una rueda con cuchillas y una espada, junto con una palma que simboliza su martirio.
Me gustó el contraste entre la oscuridad que enmarca la escena, frente a la luz que arrojan su camisa blanca, el pálido cuerpo y el rostro de la joven. Me vinieron a la cabeza algunos pensamientos:
- El papel del pintor como maestro en aquel tiempo, intentando reflejar en un cuadro, los valores que convenía transmitir, dictados por aquel que pagaba la obra de arte.
- Lo aburrido que debía ser para la modelo posar durante interminables días o meses. Su cara refleja seriedad y aburrimiento. De hecho, prácticamente la totalidad de rostros que pude ver ayer en los cuadros de esta época eran caras serias, quizá aburridas.
- La belleza de la joven elegida como modelo. Imaginé una especie de casting por las calles de Roma y en la corte.
- La curiosa relación que, sin duda, se debía establecer entre el pintor y su modelo. Tanto tiempo mirando a la cara y a los ojos a una persona, tratando de captar su expresión, tantos ratos y conversaciones compartidas, intuyo que darían lugar, cuando menos, a una amistad.
- Los ropajes que llevaba la gente de aquella época, al menos en la corte. Muy abundantes, imagino que para evitar el frío. Colores oscuros, que supongo serían más sufridos ante la dificultad de lavarlos.
- Cómo serían capaces de camuflar el olor corporal que a buen seguro despedían, debido a sus poco frecuentes baños. Lo costoso que sería mantenerse guapa y un pelo cuidado en aquella época, con poca agua y escasos instrumentos.
- Qué hacían durante el día muchas de aquellas personas que pueblan los cuadros. Estaban hasta cierto punto obligados por la luz del sol; Una vez se iba este, cesaba la actividad salvo alguna luz de velas que serían costosas. Apenas contaban con medios para entretenerse. Muchas personas tenían bastante con sobrevivir.
Después pasé a visitar cuadros más modernos y quedé atrapado por uno de Rotko: “Verde sobre morado”, se trata básicamente de un cuadrado de color verdusco enmarcado por otro cuadrado morado. Imaginé en ese verde oscuro, de tonos suavemente cambiantes, el fondo del mar y allí me sumergí en paz y tranquilidad durante muchos minutos, descansando.
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