En un anterior post definí lo que era la transferencia, en el ámbito terapéutico, es cuando el paciente proyecta o transfiere alguna característica propia en el terapeuta creyendo que es suya, del psicólogo, cuando en realidad no es más que una proyección del paciente.
No obstante, esto también puede pasar al contrario. Los terapeutas también tenemos ideas, valores, opiniones, características que podemos transferir a los pacientes. Sigmund Freud define este concepto para darle su importancia y poder trabajar para que ese proceso que ocurre de manera inconsciente se haga consciente y se pueda encauzar.
Debemos tener en cuenta, que todos somos personas y por tanto nuestros sentimientos, valores y creencias influyen en la terapia. Los psicólogos estamos entrenados a no permitir que interaccionen en determinados momentos, aunque hay en otros que muchas corrientes psicológicas defienden como beneficioso ya que permite una conexión más fuerte, más intensa entre dos personas que puede ayudar, y mucho, a avanzar en el proceso terapéutico. Aunque también hay que ser cautelosos ya que puede ser contraproducente en otros casos.
Pero como todo en psicología, y en la vida diaria si me permitís, en su justa medida. Hay que saber dónde hacer concesiones, dónde no, dónde dejarse llevar y dónde controlar para que la terapia sea lo más efectiva y beneficiosa para el paciente y su mejora terapéutica.
Por todo ello, debemos ser conscientes que en ocasiones trasladamos nuestros miedos, nuestras incertidumbres, rasgos, características y variables en el otro y por tanto debemos tenerlo en cuenta para corregirlo en todo lo posible y no acabar teniendo disputas, riñas o discusiones injustas sino reflexionando y permitiendo corregirlo para tener unas relaciones más saludables y beneficiosas.
Gracias,
Jara Estrella Fernández