Hacia mediados del siglo XX, John Bowlby enunció su teoría del apego. Muchos años después, con todo lo que ha cambiado la psicología, esta teoría sigue en pleno apogeo.
La psicología y psiquiatría de hoy día se basan en la siguiente teoría, que parece la más integradora y explicativa, como enuncian eminentes figuras como Eric Kandel o José Luis Marín.
El bebé, al nacer, sufre un trauma muy intenso, al pasar de un entorno tranquilo y seguro a otro muy amenazante, a través de un conducto muy estrecho, con gran angustia por no poder respirar. El cuerpo humano está provisto de un mecanismo para afrontar el estrés que, simplificando mucho, se basa en la activación del eje hipotálamo-hipofiso-adrenal, con la consiguiente liberación de cortisol. Esta liberación de cortisol, cuando es prolongada, produce inflamación en diversas áreas cerebrales.
En los primeros meses de vida, para su correcto desarrollo, el bebé necesita crear un vínculo de apego seguro con una figura, generalmente la madre biológica o, en su defecto, su cuidador más próximo.
Si no se genera ese vínculo, el trauma inicial del bebé no se repara, sigue liberando hormonas anti-estrés, su cuerpo se descompensa y se generan inflamaciones crónicas. Además de estas inflamaciones, otra consecuencia es la disminución de las defensas inmunológicas, lo que hace susceptible al bebé de padecer múltiples enfermedades.
Sin embargo, si se produce un apego seguro, el bebé es capaz de reparar los efectos de ese trauma y tener un desarrollo normal.
¿Qué supone crear un apego seguro? Supone que la figura de apego (madre, padre o cuidador más próximo) esté generalmente disponible y dispuesto ante las demandas del bebé, de forma consistente. Cuando el bebé llora durante el primer año, que es cuando se configura el vínculo del apego, es porque necesita algo. Ya sea comida, tiene dolor o tiene miedo y necesita cariño. Una madre que está generalmente disponible, genera en el bebé un apego seguro. Esto se traduce en un factor de protección para el futuro. El bebé se desarrolla correctamente y, cuando sea mayor, tiene muchas menos posibilidades de padecer dolencias psíquicas.
Si las necesidades del bebé no se satisfacen casi nunca, o se mantiene una pauta anárquica, un día le atendemos solícitamente y otro no, se desarrollará un vínculo de apego inseguro, que va configurando un trauma continuado del desarrollo. Estos bebés tienen un factor de riesgo para padecer trastornos psicológicos en el futuro. O, dicho de otra manera, de las personas que acuden en busca de ayuda psicológica cuando son adultas, un 99% ha padecido un trauma. La mayoría de ellas es un trauma del desarrollo, un apego inseguro en su infancia.
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