No es común, pero tampoco poco frecuente, encontrarnos con pacientes en la consulta que nos manifiestan que tienen temor a la muerte. Tanto a tener ellos una enfermedad como que algún miembro de su familia fallezca.

En primer lugar, es poco frecuente que un paciente manifieste dicho temor al principio de la terapia, suelen pasar varias sesiones debido al tabú que existe en nuestra cultura occidental al tema de la muerte. Si pensáis ahora unos minutos, todos os daréis cuenta de que es un tema del que nunca se habla. En segundo lugar, tener miedo a la muerte tiene una función biológica importante como es el evitar que realicemos determinadas conductas peligrosas que nos causarían daño e incluso la muerte.

Por tanto, nos encontramos con un temor que es beneficioso para sobrevivir pero entonces, ¿dónde está el problema?

El problema existe cuando la persona empieza a pensar demasiadas horas del día en la muerte en diferentes aspectos tanto personales como en su entorno. Dando lugar a que no pueda desarrollar su día a día de forma óptima, pues dichos pensamientos limitan su capacidad. Empieza a tener miedo ante posibles situaciones donde pueden fallecer: un atropello, alguien la empuja a las vías del tren, etc. y continúa con el miedo a padecer alguna enfermedad o incluso a sufrir un infarto. Lógicamente, toda esta secuencia va generando en la persona un aumento de la ansiedad en su día a día llegando a producirse una interpretación errónea de los síntomas de ansiedad como síntomas de un infarto. Terminando la persona en urgencias.

La situación problemática se mantiene por la necesidad de controlar todo que tiene la persona. Pero cuanto más intentemos controlar todo, menos vivimos y menos disfrutamos.

 

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