Está muy denostada la rutina. Se escucha muchas veces: “Es un trabajo muy rutinario…” o “Nuestra relación ha caído en la rutina….”. Sin embargo, como psicólogo, creo que es hora de salir en defensa de la rutina.
¿No os habéis preguntado muchas veces por qué aquella persona que se acaba de jubilar (de su trabajo rutinario) muere unos meses después? O, ¿por qué ese otro amigo vuestro, que está en el paro y con todo el día libre, después de desear con ahínco ser despedido de su “trabajo de rata”, pierde el tiempo y se aburre soberanamente?
Las rutinas nos ayudan a estructurar el resto del día. Cuando nos acostumbramos a hacer algo, nos cuesta mucho menos. Es por esto que, por ejemplo, cuando cogemos la costumbre de hacer deporte tres veces a la semana, cuanto más lo repetimos, menos nos cuesta ir. Quizá el primer día nos costó ir. Buscar o comprar la ropa de deporte, pensar el itinerario hasta el lugar, ponernos a hacer el ejercicio, etc. Cuando cogemos el hábito, ya no cuesta tanto. Hemos establecido “una rutina”. Ya sabemos qué prendas ponernos y cuándo lavarlas para que estén a punto. Sabemos en qué momento del día encaja mejor cada actividad.
Aunque os parezca mentira, hacemos muchas más cosas cuanto menos tiempo parece tener nuestro día. Esto es por lo siguiente: Cuando nuestro día tiene una estructura de actividades clara, vamos cogiendo la rutina de levantarnos a una cierta hora y vamos ganando tiempo en nuestros movimientos habituales. En torno a estas actividades, nos es más sencillo ir rellenando los huecos libres con otras cosas, quizá más deseadas, aprovechando, que estamos por esa zona… Total, ya estábamos activos, gracias a esas actividades que denominábamos rutinarias y estamos más proclives a realizar otras que nos agradan más o son beneficiosas para nosotros.
El truco para no “rutinizar” nuestras rutinas, es hacerlas con atención, con Mindfulness y descubriendo pequeños detalles de disfrute en ellas, a pesar de realizarlas a diario.
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