Ahora que comienza el verano y ya se han terminado todos los exámenes, incluidas las recuperaciones universitarias que ahora ya no son en Septiembre sino en Junio. Podemos analizar cómo nos ha ido el curso académico y me encuentro con muchísimos estudiantes que comentan que no les ha ido tan bien como esperaban, principalmente, por la ansiedad que han sufrido en el momento del examen.
Hay quienes tienen ansiedad durante las horas antes del examen pero al llegar a éste, la ansiedad se disipa; otros en cambio es tener la hoja del examen delante de sus narices y empezar a sentir un agobio inmenso y otros que lo pasan realmente mal cuando el formato del examen es oral. ¿Por qué nos ocurre esto? Yo recuerdo cuando estaba en el instituto a un compañero que jamás estudiaba y suspendía todo, y yo pensaba que si fuera él y no supiera que contestar lo pasaría fatal, porque si ya lo pasaba algo mal cuando había estudiado como estaría sin estudiar. Principalmente, sentimos una elevada ansiedad ante estas situaciones porque tenemos un miedo adquirido al fracaso. Nuestro entorno nos ha dicho desde bien pequeñitos que para ser algo en la vida había que sacar buena nota y si suspendíamos éramos lo peor y no llegaríamos a nada. Lógicamente, cuando tenemos una corta edad no entendemos que es no llegar a nada, pero para eso ya tendremos algún profesor que nos dirá si es que queremos termina como fulano, un ejemplo en absoluto a seguir.
Hay quién asocia un examen oral a miedo a hablar en público. Yo no soy de esa opinión, pues una cosa es presentarse ante una audiencia con una ponencia preparada y ciertamente hay un cierto nivel de ansiedad ante la situación, el cual depende en cada persona según las habilidades que se tengan. Que presentarse ante esa misma audiencia sin saber qué te van a preguntar o sabiendo que te pueden preguntar un amplio temario como en el caso de una oposición de alto nivel. En este caso, se mezclan dos miedos, el primero ante la posibilidad de suspender y fracasar tanto a los ojos de uno como de los demás, y el segundo ante la escasa capacidad de oratoria que creemos tener.
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