A lo largo de la historia de la humanidad se han vivido hechos aterradores como el holocausto acontecido en la Alemania Nazi, donde personas corrientes eran enviadas a cámaras de gas en los campos de exterminios por otras personas igual de corrientes. La única diferencia es que unos pertenecían a la raza aria y otros eran judíos, gitanos, homosexuales, etc.

La mayoría de nosotros ante la pregunta del título responderíamos un no rotundo, por qué íbamos hacer daño a alguien que no nos ha hecho daño. Pero y ¿si nos lo ordenaran? Muchos seguiríamos respondiendo que no y ¿si nos dijeran que ese daño ejercido no tendrá consecuencias negativas sobre nosotros? Seguiríamos respondiendo que no, por qué vamos hacer daño a alguien que no nos ha hecho nada independientemente de las consecuencias aunque éstas sean nulas. Pues siento informarles, aunque respondamos que no, SI haríamos daño a alguien si nos lo ordena una persona con autoridad y somos eximidos de toda culpa.

En el año 1961, Stanley Milgram realizó un famoso experimento sobre la autoridad para intentar comprender la matanza perpetrada por los nazis. El experimento consistía en que un participante (llamado en adelante sujeto 1) accedía a un laboratorio donde se encontraba con Milgram (jefe de laboratorio) y otro participante (sujeto 2). Al sujeto 1 se le ubicaba delante de un aparato que enviaba descargas eléctricas al sujeto 2 ubicado en una sala contigua. El sujeto 1 no veía al sujeto 2 pero si podía oírle. El experimento se inicia con una pequeña descarga enviada por el sujeto 1 al 2, la intensidad de las posteriores descargas va aumentando progresivamente. De pronto, el sujeto 2 empieza a gritar de dolor por la descarga. Milgram le pide al sujeto 1 que continúe con la siguiente descarga, el sujeto 1 al principio reniega pero accede. El sujeto 2 grita más aún e informa de que le duele el corazón, pero Milgram indica que se administre otra descarga más. En ese momento el sujeto 1 pregunta a Milgram sobre las posibles secuelas o daños producidos en el sujeto 2. Milgram le comunica que cualquier daño ocasionado en el sujeto 2 será responsabilidad del laboratorio. Ante esa información el sujeto 1 sigue administrando descargas hasta que el experimento termina (el sujeto 2 nunca recibía las descargas ya que no era un participante sino un actor).

Tras el experimento Milgram concluyó que un 65% de los participantes que actuaban en el rol del sujeto 1 llegaban hasta el final del experimento. ¿Qué quiere decir esto? Que el ser humano cuando se siente respaldado por otra persona con autoridad, hace lo que éste le ordena sin ningún cuestionamiento y, además, no se considera responsable de sus actos.

Lógicamente los resultados de este experimento dejaron a la comunidad científica asombrados y se han realizado múltiples réplicas, incluso por el propio Milgram, llegando todas a la misma conclusión: el poder de la autoridad y la obediencia.

 

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