El pasado sábado, 27 de enero, se celebraba el día Internacional de Conmemoración del Holocausto, este día coincide, en el tiempo, con el día en el que se liberó el campo de concentración y exterminio de Auschwitz-Birkenau en 1945. Han pasado muchos años desde el Holocausto y a muchos nos gustaría creer que el daño y sufrimiento infligido a todas esas personas sirvió de algo y que no haya caído en el olvido.

Pero la realidad es tristemente otra, sólo hay que ver la televisión o leer un periódico para ver que las atrocidades se siguen cometiendo contra grupos de personas que consideramos diferentes y muchas veces porque alguien nos indica que ellos son los diferentes y que por culpa de ellos, nosotros estamos en una situación que no nos merecemos.

Leía, hoy, en un periódico que Angela Merkel, canciller alemana, decía que le daba vergüenza que hoy en día en su país cualquier asociación judía tuviera que existir siendo protegida por la policía, ante el odio y antisemitismo que existe en el país. Leer eso genera, al menos a mí, un sentimiento enorme de desesperanza. En ese país donde no hacía tanto exterminaban a los judíos y otras minorías étnicas, han olvidado lo vivido. Han olvidado lo que hicieron sus antepasados, ante la misma situación que se repite (pobreza, desigualdad, hambruna, trabajos precarios, paro elevado, etc.), que fue culpar al diferente de lo que no se tenía, porque él lo tenía o porque él lo podía conseguir. Es decir, tenían envidia del prójimo y, en pleno siglo XXI, se sigue teníendo.

La envidia, normalmente, viene acompañada de un sentimiento de inferioridad, que nos produce una frustración que tenemos que solventar de alguna manera. Llegados a este punto, si alguien nos dice que para vivir mejor tengo que matar o denunciar a mi vecino porque es diferente, lo hago. Ya que haciéndolo consigo quitarle aquello que él poseía y yo no, sin pensar en que el responsable de mi situación soy solamente yo.

 

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