Después de los acontecimientos históricos recientes y las noticias del día a día que vemos en la televisión, radio, periódicos…muchas veces nos sigue sorprendiendo cómo comunidades enteras, pueblos, países, pueden desarrollar “de repente” un odio inusitado hacia el otro, ya sea por clase social, etnia, género, y un largo etc.
Desde fuera, todos podemos pensar que eso sólo lo puede desarrollar aquella gente que tiene algo malo en su interior, que es violenta o “mala”.
Gracias a los experimentos psicológicos que se han realizado y se continúan realizando, podemos llegar a la conclusión de que no es que justo esas personas sean crueles o malvadas, sino que todos nosotros embebidos en ambientes “tóxicos” podríamos acabar haciendo aquello que tanto nos sorprende y que no creemos que seríamos capaces de hacer como es despertar ese odio hacia el diferente o lo desconocido.
En 1971 Philip Zimbardo, psicólogo que trabajaba en una universidad de Estados Unidos, decidió realizar un experimento. Pidió voluntarios en la universidad, y escogió a los estudiantes más saludables y estables psicológicamente. El experimento consistía en recrear una cárcel, en la que unos eran los prisioneros y otros los carceleros. Estos últimos tenían que ocuparse de dirigir la prisión de la forma que considerasen más conveniente.
Uno se puede imaginar que siento chicos “normales”, cultos y saludables lo llevarían de buena forma, correcta, organizando sin incidentes. No obstante, lo que pasó fue que comenzó una escalada de violencia inusitada, los carceleros empezaron a ser muy violentos con los prisioneros y estos permitieron ese maltrato y sufrimiento como si fuera algo que se mereciesen. El experimento finalmente tuvo que ser cancelado antes de terminar por los niveles tan altos de violencia que se habían alcanzado.
La conclusión que se puede extraer de esto, es que todos, en situaciones con unas determinadas características, podemos llegar a hacer algo de lo que no nos creeríamos capaces. Los que hacían de carceleros eran chicos educados, cultos y saludables que no creerían que en su vida serían capaces de hacer eso a sus propios compañeros.
La situación es la que provocó esa forma de actuar, no la personalidad o moralidad de las personas. Esto abre a reflexionar y evaluar cómo nos afecta la sociedad y situación en la que vivimos y estar más atentos a esas influencias para poder evaluar si las permitimos, desechamos o combatimos contra ellas.
Gracias,
Jara Estrella Fernández