Ayer tuve la oportunidad de disfrutar de un magnífico concierto de música clásica en el Auditorio Nacional de Madrid. El violinista Guy Braunstein dirigía y a la vez interpretaba el concierto para violín y orquesta de Beethoven. Fue un auténtico placer verle derrochar energía y calidad al mismo tiempo. También dirigió la séptima sinfonía de Beethoven, sin duda una de sus mejores obras. He escuchado estos conciertos varias veces en mi casa, sin ruidos, dirigidos por los mejores directores y ejecutado por violinistas excepcionales. Por televisión, la cámara te ayuda a percibir los detalles, los instrumentos protagonistas en cada momento. Sin embargo, en directo es totalmente distinto.

Además del disfrute estético para los sentidos que supone asistir a un concierto en directo, he estado analizando los motivos psicológicos que hacen que un concierto en directo sea una experiencia tan especial.

Por una parte, el contagio emocional que se produce. Ver a tantos cientos de personas alrededor, todos a una, todos con la misma afición y gusto por la música, te reafirma. Parece como si tu gusto y disfrute de la música se multiplicase. Hay algo en el ambiente que incrementa notablemente tus emociones individuales. No importa que el sonido no sea perfecto, que se mezcle con toses o carraspeos. Cada melodía que reconocemos proviene de un instrumento que podemos ver y casi sentir. Se han hecho múltiples experimentos de cómo las emociones se exacerban y contagian en grupo. Cada vez que asistimos a un concierto, podemos experimentarlo en nuestro propio cuerpo.

Por otra parte, asistir a un concierto provoca una catarsis emocional en cada persona. Salen a relucir emociones que habitualmente tenemos reprimidas. Allí, junto a tantas personas, nos desinhibimos y mostramos esas emociones sin miedo o vergüenza, sabiendo que somos comprendidos y validados por los demás.

Podría decirse que nos vaciamos emocionalmente, lo que nos hace sentir libres y exhaustos, vacíos de lo negativo. Pero también nos llenamos en otro sentido, cargamos la “batería interna” de belleza, de energía, de cosas positivas. ¿Por qué se produce esta dualidad? Durante dos horas estamos en un ambiente que nos proporciona belleza estética a raudales. Esto activa conexiones neuronales, las reactiva y las conecta con las emociones positivas y el bienestar que sentimos. Es algo parecido a cuando hacemos ejercicio. Asociamos el placer producido por las endorfinas segregadas con el esfuerzo que hemos derrochado. Igual pasa en un concierto. Es un vaciado de energía, una catarsis emocional, que se asocia con bienestar y se arrastra al resto de nuestra vida.

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