Hoy vengo a contaros una situación bastante frecuente que se observa en terapia. La mayoría de las veces vienen personas, como entes individuales, a solucionar un problema, viven con su familia y, por tanto, tienen un entorno determinado pero son ellos los que individualmente buscan ayuda a su problema. Otras veces vienen acompañados de algún familiar que les apoya en el inicio de una terapia psicológica y que manifiesta su interés en ayudar a esa persona fuera de la terapia con la típica frase “si hay algo que yo pueda hacer…”.
Son estas últimas personas, las que se ofrecen a ayudar, las que, en la gran mayoría de los casos, son las culpables de los problemas con los que vienen las primeras. Muchas veces debido a su comportamiento o por sus verbalizaciones han generado un problema psicológico en la otra persona. Son frecuentes las personas que han interiorizado un patrón erróneo de comportamiento y/o emocional porque lo han visto en sus padres. Como parejas deprimidas porque sus parejas esperan de ellas más de lo que pueden darles, o progenitores que quieren apoyar a su hijo, pero ellos mismos han sido un ejemplo negativo para el menor.
Es muy costoso y difícil decirle a esas personas, con tantas ganas por ayudar, que lo mejor que pueden hacer es o ir ellas también a un psicólogo o alejarse de la persona en cuestión. Pues no les hacen ningún bien. En el caso de las parejas es más fácil romper ese vínculo, entre progenitores e hijos es casi imposible. Es aquí cuando los psicólogos nos encontramos con un gran hándicap al intentar hacer ver, a ambas partes de la familia, el problema y no siempre es bien aceptado los progenitores.
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