¡Todo ha comenzado por una tontería! “Nos distanciamos porque no parábamos de discutir por cosas pequeñas…” ¿Quién no ha escuchado estas frases alguna vez?
La ira, como todas las emociones, es buena de por sí y tiene una función en el ser humano. Nos ha ayudado a sobrevivir durante millones de años. Sin embargo, en esta época del control de las emociones, está mal vista. Hemos de aprender a controlarla y reconducirla.
Cuando nos enfadamos, podemos aprovechar la ocasión para conocernos mejor. Revisar qué sentimos internamente, en cada parte de nuestro cuerpo. Y qué pensamientos o ideas pasan por nuestra cabeza. Muchas veces será semejante a lo siguiente: Aumentan nuestras pulsaciones, notamos calor corporal, sangre fluyendo a nuestras extremidades, ganas de atacar o golpear. Pensamientos tales como: No tiene derecho a decir o hacer eso, me está agrediendo, me siento atacado, infravalorado. Darnos cuenta de estas cosas es un primer paso para poder controlar nuestra ira las próximas veces que se produzca. Ser conscientes de que estamos bajo esta emoción es un paso fundamental. Tantas veces, al no ser conscientes, nos dejamos llevar por nuestro cuerpo y después lamentamos el resultado de nuestras acciones.
Si cultivamos el Mindfulness, atención plena al presente, intentar estar sin piloto automático, somos más conscientes de cada momento de nuestra vida. Al detectar precozmente que nos está invadiendo la ira, ya sea por los pensamientos o por sus correlatos fisiológicos, podemos tener un papel consciente en su manifestación: Intentar que no crezca en nuestro interior, saliendo de la situación en la que estamos, o de otras maneras.
La función de la ira es defendernos frente a una agresión. Obviamente, si esta agresión es física, nuestra ira tiene sentido funcional y nos servirá para defendernos. Sin embargo, en la sociedad actual y, en concreto, en España, las agresiones físicas no son demasiado frecuentes. Los enfados, accesos de ira más habituales, suelen producirse ante agresiones verbales o actuaciones que consideramos indebidas, sean estas explícitas o no. Esto quiere decir que lo que provoca nuestra ira en estos casos, es la interpretación cognitiva que nosotros, internamente, hacemos de las palabras o acciones del otro. Son los juicios que hacemos los que activan nuestra emoción.
Si conseguimos, mediante entrenamiento en Mindfulness, darnos cuenta de los juicios que hacemos y dejarlos ir, sin darles cualidad de reales, tendremos muchos menos motivos para sentirnos enfadados. Cada vez que nos demos cuenta de que estamos juzgando, ya hemos dado el primer paso: Ser conscientes de esto. Sólo falta dejarlo ir y traer, con cariño, nuestra atención al presente, a la realidad. También podemos cuestionarnos nuestro juicio con explicaciones alternativas, más benevolentes con la actuación de los demás. O, más lejos aún, aplicar la compasión con el otro y entender qué mal debe sentirse internamente para intentar agredirnos.
En la sociedad actual, la manifestación de la ira debe ser reprimida, al menos en su conducta final de agresión. Esto es muy costoso, pues nos supone controlar un mecanismo que no está diseñado para ser frenado fácilmente. Si vemos que no somos capaces de controlarlo, la mejor estrategia es huir de la situación conflictiva ante la percepción de que la ira se apodera de nosotros. Un paseo de diez minutos suele ayudar a calmarnos.
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