Hace unos días visité el Museo Thyssen y tuve la oportunidad de conocer la obra de un pintor del que nunca había oído hablar y que cautivó mi atención de tal forma que dediqué mi visita casi exclusivamente a él.
Caillebotte tuvo una vida corta pero intensa, vivió 45 años desde 1848 a 1894. Al heredar de sus padres una suma considerable, vivía desahogadamente y pudo dedicarse a sus pasiones: la pintura, agricultura y cuidado de las flores, deporte, ingeniería… Podría decirse que era un humanista de su época, al tratar muy diversas disciplinas.
Con su mente de inventor captaba los detalles técnicos como las estructuras de puentes y fábricas o la resistencia de los barcos al agua y al viento. Diseñaba veleros y él mismo los patroneaba. En sus cuadros capta el agua; ríos, lagos, mar y los barcos como nadie, pues estaba muy acostumbrado a navegar. Muestra remeros y veleros en primera persona, desde dentro del barco y también en tercera persona, desde fuera, preferentemente desde arriba. Así, trasmite de manera genial la velocidad de un barco al moverse en el agua, el reflejo de las nubes o el sol en aguas quietas o movidas, en los remos, etc.
En los inicios Caillebotte tenía un estilo muy realista, reflejando fielmente la realidad en sus cuadros, abusando de la cantidad de pintura como le criticaban algunos y esto lo mantuvo aproximadamente hasta 1875. Desde entonces, va cambiando paulatinamente hacia el impresionismo. Era mecenas y amigo personal de grandes genios como Renoir, Degas y Monet. Desde 1877 puede observarse en sus cuadros un uso menos abultado de la pintura, una mano más ágil y confiada. Es increíble cómo apenas 5 o 6 trazos conforman un ferrocarril en la lejanía y le dotan de movimiento con el humo que expele.
Algo que puede observarse en la pintura de Caillebotte es cómo evoluciona en los colores que emplea. A mí, como psicólogo, también me habla de la evolución de su personalidad. Al principio utilizaba mucho los azules y grises, variando ambos en todas sus gamas, plasmando los diferentes colores que adopta el cielo y el mar o los ríos reflejando la vegetación, con tonos azul verdoso. En su última época, compra a su hermano su parte en la casa de Petit Genevilliers en 1887 y allí vive dedicándose a otra de sus pasiones: la jardinería. Pinta las flores que él mismo cultiva, detalladas aún con estilo impresionista y vemos con ello su evolución en los colores: El rojo o blanco de las rosas, orquídeas e incluso el amarillo de los girasoles.
Otro aspecto que observamos en su pintura es su reflejo de la perspectiva, generalmente con visión desde la altura. Senderos que se alejan reduciéndose en lontananza o calles que avanzan. Es curioso observar cómo en el cuadro Pintores en un edificio prima su realismo. Podemos contemplar en el museo, además del cuadro, un boceto anterior, con menos detalle, más impresionista. El propio boceto podría perfectamente venerarse como la obra final, si no conociéramos que lo evolucionó posteriormente dotando de más detalles a cada objeto o personas. Esto denota su evolución hacia el impresionismo reflejando el precio que tuvo que pagar un pintor tan perfeccionista, para aceptar como válidos sus primeros trazos intuitivos.
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