Bruce Springsteen y su banda de músicos son un fenómeno que va más allá de la música.
Es un cantante que adora a su familia, a su mujer Patti con quien lleva casado 25 años, hace coros y guitarra en sus conciertos y forma parte de su banda hace muchísimos años. Sus tres hijos, le he visto bailar en conciertos con su hija Jessi, que participa frecuentemente en las giras. E incluso ha sacado a bailar a su madre, que con sus 90 años, baila fantásticamente Dancing in the dark con su hijo.
Estoy ahora mismo sentado frente al mar, contemplando la playa de la Concha en San Sebastián. He venido a pasar unos días en esta señorial ciudad, que ahora está llena de fans de Springsteen quién tocará esta tarde. De los 43.000 espectadores que esta tarde abarrotarán Anoeta, más de dos tercios somos de fuera de la ciudad y venimos a ver al Boss, al Jefe (como, por cierto, es llamado Bruce aunque no le gusta).
¿Por qué Bruce Springsteen elige San Sebastián en su gira? Además de ser una ciudad muy importante en España, es un sitio al que Bruce tiene especial cariño. Se relaja en el anonimato de esta bella ciudad donde no es tan conocido como en otros sitios y la gente respeta más la intimidad de las personas. Le gusta el ambiente, sus playas y su comida. Siempre se aloja en el hotel María Cristina y frecuentemente lo utiliza para descansar entre conciertos.
Me gusta mucho de Bruce el cariño que se profesan entre los miembros de su equipo. Cuando murió el saxofonista, Clarence Clemmons, el Big Man como cariñosamente le llamaban, todos le lloraron y se nota mucho su pérdida. Desde entonces se le homenajea en cada concierto. Ahora toca el saxofón el sobrino de Clarence. Pero ahí sigue el pirata Little Steve, cantando a coro con su jefe. Y el inquebrantable batería Max Weinberg, con su eterna sonrisa, que regaló los palos a una joven que se los pidió el miércoles durante el concierto.
Bruce toca la armónica, el bajo, la guitarra, salta, baila, se tumba, corre entre los espectadores a quienes saluda con cariño en sus conciertos que duran más de tres horas. Con sus 66 años, se deja el alma en cada concierto. Yo he estado en varios y para mí no hay dinero que pague el rato que paso allí, con las emociones a flor de piel prácticamente en cada canción, que Bruce hace nuestras cada vez que las canta. Siempre acaba tocando “Twist and shout” que es la primera canción que aprendió a tocar de niño cuando le regalaron su primera guitarra.
Las canciones de Bruce están llenas de emociones. Desde las más rockeras a las baladas más suaves. Están llenas de lo que llenaba su corazón en cada época. El amor por su país, su cariño a las tierras más profundas de este. El amor, correspondido o no, de su juventud e incluso de su madurez. El amor que, como emoción fundamental en los humanos, nos lleva a hacer locuras por la persona amada, a sentir nuestro corazón desgarrado o nuestro cuerpo pleno cuando comienza y nos atrapa, nublándonos la razón.
La alegría desbordante se destila en muchas canciones de Bruce. También hay nostalgia en otras y tristeza en alguna época. Para mí, como psicólogo, Bruce Springsteen ha supuesto un manual de las emociones humanas, que me ha ayudado a profundizar y sentir las mías propias.
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