En terapia, cuando tratamos a pacientes dentro de un proceso de duelo, casi siempre en algún momento de la terapia, llegamos a la misma situación. Se produce un evento familiar o profesional y la primera pregunta que surge es ¿cómo voy a disfrutarlo si no está? La segunda: ¿si me pongo a llorar qué hago? La tercera: ¿si lloro voy a molestar a los demás? Y finalmente, la frase por excelencia “yo no quiero dar pena y que se compadezcan de mi”.
Lo primero que debemos tratar es hacer ver a la persona que ponerse en lo peor o adelantar acontecimientos no va a servir de nada, pues casi siempre cuando imaginamos que puede ocurrir, casi siempre nos estamos poniendo en la versión más catastrófica posible y, por tanto, la menos real. En segundo lugar, la persona tiene que tener bien claro que no puede maquillar, ni fingir sus emociones. Ellas son las que son, alegría, tristeza, etc. y cada una de ellas acompañada de su expresión fisiológica: risa, llanto, etc. El intentar fingir la emoción sentida por la que cree que sería aceptada en una situación determinada, sólo va a contribuir a aumentar su malestar emocional.
En tercer lugar, hay que hacer ver a la persona que lo importante es ella y que se encuentre bien y a gusto en esa situación particular. Da igual si molesta a otros con sus emociones o si los demás se compadecen. Lo que ocurra no dependerá de ella y, por tanto, no puede controlarlo. Los demás reaccionaran de la manera que ellos consideren más correcta. Y, finalmente, indicarle que si disfruta ese evento no está haciendo ningún daño a la persona ausente. No tiene que forzarse a disfrutar pero tampoco a no disfrutarlo. Simplemente intentar participar en él de la misma forma que hubiese hecho si la otra persona siguiera viva. Estos 4 pasos son difíciles de conseguir, pero no imposibles.
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