Todos los que somos padres nos hemos visto en muchas ocasiones en la situación de tener que corregir la conducta de nuestros hijos.
Aunque la intención de los padres siempre es buena: ayudar a nuestros hijos a comportarse adecuadamente en la sociedad, corregir actitudes que les perjudican y enseñarles a convivir, la forma en que lo hacemos puede tener consecuencias totalmente distintas, incluso para nosotros mismos.
- Lo primero que debemos tener en cuenta es que es mucho más productivo y gratificante actuar para conseguir un premio que actuar o dejar de hacerlo para evitar un castigo. Por tanto, cualquier acción encaminada a corregir una mala actuación pasada es mejor que una acción que simplemente produzca tristeza o malestar. Ejemplo: si nuestro hijo se ha portado mal con un amigo, siempre es mejor inducirle a pedir disculpas a ese amigo que privarle de algo que le gusta como jugar al fútbol con ese amigo.
- En segundo lugar, las acciones correctoras tienen que tener coherencia con la acción errónea. Si nuestro hijo ha suspendido una asignatura, la acción correctora no es simplemente prohibirle ver la televisión, sino dedicar ese tiempo de ocio a estudiar lo que previamente no ha hecho para superar la asignatura.
- En tercer lugar, y como todo en la vida ha de existir un marco temporal. Castigado de por vida o hasta que yo me acuerde, no suele funcionar. Primero porque no es creíble (no nos engañemos para nuestros hijos tampoco por muy asertivos que nos pongamos) y segundo porque dejamos al niño indefenso y sin margen de actuación. Si ya está castigado para siempre ¿para qué hacer nada para corregir esta situación?
- Y en cuarto lugar, pero no menos importante, tengamos cuidado de no convertirnos en víctima de nuestro propio castigo. Cuando dejamos a nuestro hijo sin vacaciones por no haber aprobado un curso, probablemente nos quedemos nosotros sin vacaciones nosotros también. Cuando en un día perfecto de verano, dejamos a nuestros hijos en casa aburridos probablemente se pelearán hasta sacarnos de quicio. Siempre será mejor planificar un tiempo en ese verano para estudiar y otro para disfrutar o condicionar que puedan salir a jugar o bañarse en la piscina a que corrijan lo que han hecho mal durante unas horas ese día.
Como resumen, las cuatro claves para no convertirnos en víctimas de nuestros propios castigos: posibilidad de enmienda, coherencia, marco temporal limitado y evaluar cuidadosamente las consecuencias (para nosotros…) y por supuesto como toda buena estrategia exige recapacitar unos minutos antes de actuar. Respondamos en lugar de reaccionar. Démonos unos minutos para seguir las cuatro reglas y actuar en consecuencia. Dejar enfriar la situación no va a restar efectividad.