Estos días he estado meditando sobre el acto de escuchar y cómo últimamente lo hacemos peor que hace años. Quizá se deba a la prisa que nos vence en la sociedad actual. Pero, si te das cuenta, apenas nos paramos a escuchar y mucho menos escuchamos con atención. Quizá nos hemos cansado de oír tantos y tantos variados estímulos auditivos diferentes, en nuestro hábitat cotidiano, generalmente ciudades. O estemos ya habituados a oír los sonidos de los dispositivos electrónicos, que apenas nos permiten interactuar, sólo tragar sin apenas digerir, cientos de mensajes y opiniones diferentes, no nos da tiempo a pensar esos mensajes y debatirlos con calma en nuestro interior.

Sin embargo, escuchar es algo más que oír. Escuchar implica nuestra atención. Y, para hacerlo bien, necesita nuestra atención plena, no aquella atención dividida que solemos prestar últimamente ante el aluvión de estímulos que tenemos disponibles.

Otro error que cometemos frecuentemente es escuchar sólo con el ánimo de rebatir la opinión de la otra persona, no llegamos a entender sus argumentos, tanta es la prisa que tenemos por manifestar nuestro punto de vista y, con suerte, no tener que hacer el esfuerzo de entender al otro y, quizá, cambiar nuestra propia opinión respecto al tema en cuestión.

En estas fiestas navideñas que hemos celebrado, me he dado cuenta de lo poco y mal que escucho a mis seres queridos. He ido intentando enmendarlo, a medida que pasaban las reuniones familiares, pero no es fácil, exige bastante esfuerzo. Se trata de dejar a un lado mis prejuicios sobre cada una de las personas y escuchar el mensaje que nos quiere transmitir. Quizá tengo que morderme la lengua para no expresar mi opinión ni mis ideas y permitir que la otra persona pueda expresarse completamente. También tengo que esforzarme para entender la comunicación no verbal, que expresa un mayor porcentaje del mensaje si sabemos atenderla: ¿Qué persona está más callada de lo normal?, ¿Qué me expresan los ojos de cada persona, su cara, su expresión?

En mi trabajo como psicólogo, lo más importante que tengo y que puedo ofrecer a cada paciente es mi escucha activa, empática y atenta. Ahí me resulta algo más fácil, al estar preparado para ello: la sala cálida, sillones enfrentados y cómodos, el silencio exterior. Aún así, he de saber crear un clima de atención, dejar hablar al paciente, ofrecerle mi comprensión y mi aceptación incondicional.

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