Estos días he estado siguiendo, en cada partido de Roland Garros, a Garbiñe Muguruza y, de alguna manera, allí se veía una ganadora. Por cómo golpeaba la bola, el repertorio tan completo de golpes, su fuerza, se intuía que algún día sería grande en el tenis. Y sólo hubo que esperar al sábado. Se enfrentaba a Serena Williams, una leyenda del tenis, acostumbrada a ganarlo todo, no le regaló nada. Cada punto, juego, set, se lo tuvo que ganar a pulso Garbiñe. Serena peleó todo como si fuese su única oportunidad.
A parte de su destreza como tenista, de su variedad de tácticas y golpes y de su fuerza física, la clave del éxito de Garbiñe está en su cabeza. Ha madurado lo suficiente para ganar un Grand Slam. Antes, le podía su fortaleza física, sus emociones se desbordaban. Cuando se enfadaba, rompía la raqueta, tardaba mucho en controlarse, tiraba los partidos.
El tenis es un deporte en el que la cabeza cuenta mucho, como en la vida. Se trata de puntos aislados unos de otros. Puedes perder uno para, inmediatamente después, ganar otro. Para ello hay que conseguir olvidar lo malo del punto anterior, pasar página rápido, estar únicamente en el presente, en cada punto. Controlar, con la corteza cerebral, la atención. Saber en qué momento del partido estamos. Saber ver, en la actuación de la rival, cuando ofrece un resquicio para poder atacarla. Ponerle las cosas difíciles especialmente en los momentos del súper break.
También juega mucho la memoria, muchas veces inconsciente. Tiene tan interiorizados y practicados los golpes y jugadas que, de manera casi instintiva, sabe cuál toca en cada momento. Y esto se va fraguando partido a partido, punto a punto, con cada éxito.
También juega mucho la memoria y la atención en recordar datos de cada rival, analizar su juego y saber qué jugadas nuestras le pueden incomodar más. Cómo es mejor sacarle a cada jugadora, cómo ir variando el saque de un punto a otro para no ser previsible. Cuando olvidamos esto y fallamos, volver a la táctica que habíamos preparado, una y otra vez.
Garbiñe dice que ha mejorado mucho al aprender a escuchar a los demás. Los consejos de su familia y de su entrenador. Es normal que durante unos años haya primado la rebeldía de su juventud. No en vano es una de las mejores del mundo en su disciplina, si no la mejor. Pero eso no quita para estar siempre aprendiendo, con mentalidad de principiante.
Como dijo Mark Twain: “Cuando tenía catorce años, mi padre era tan ignorante que no podía soportarle. Cuando cumplí veintiuno, me maravillaba todo lo que aquel anciano caballero había aprendido en solo siete años. ”
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