Aunque la experiencia de cada persona a lo largo de su vida es algo único, todos utilizamos expresiones para referirnos a algunas etapas como si fueran comunes a todos: la ‘edad del pavo’ para referirnos al inicio de la adolescencia, la ‘crisis de los 40’, la jubilación, etc. Pero ¿realmente existe un patrón común en las etapas por las que pasa el desarrollo de un ser humano?

En realidad, existen unos patrones comunes que tienen mucho que ver con nuestro desarrollo biológico y mental. Por supuesto, sin obviar que todas las circunstancias individuales pueden hacer variar la edad en la que se da cada etapa e incluso que alguna de ellas no se produzca. El valor de conocerlas reside en entender por qué a determinadas edades tenemos una serie de necesidades o inquietudes y en saber que es algo ‘natural’ por las que la mayoría de las personas hemos pasado, estamos pasando o pasaremos.

Citando a Erikson, en términos generales y haciendo una revisión del desarrollo desde el nacimiento hasta el final de la vida podemos afirmar que el ser humano pasa por las siguientes etapas:

  • Confianza (0 a 1 año): el bebé aprende que los cuidados que le brindan sus progenitores o cuidadores reduce su inquietud a la vez que satisface sus necesidades. Si algo falla en esta etapa, lo que empieza a generarse es lo contrario: desconfianza.
  • Autonomía (2 – 3 años): el niño desarrolla conductas por el mismo: alimentarse sólo, andar sólo, vestirse sólo, etc. Si no puede desarrollar estas capacidades se fomentan sentimientos de duda y vergüenza.
  • Iniciativa (3 – 4 años): el niño toma la iniciativa para conseguir objetivos personales. Cuando esta capacidad se ve seriamente limitada, se generan sentimientos de culpa.
  • Destreza (6/7 – 12 años): el niño aprender a trabajar y jugar con sus iguales, a la vez, que hace uso de las herramientas culturales que le proporciona su entorno. Si se ve coartado seriamente se generan sentimientos de inferioridad.
  • Identidad (adolescencia): el adolescente frente a los cambios físicos y de demanda de su entorno, debe encontrar su identidad ideológica, personal y profesional. Cuando no lo consigue, el sentimiento que persiste es el de confusión.
  • Intimidad (adulto joven): es la etapa en la que el adulto ‘renuncia’ a parte de su identidad para lograr el vínculo con otra/s personas. Cuando no lo logra se produce el aislamiento,
  • Generatividad (adulto medio): más allá de la identidad y la intimidad el adulto debe comprometerse con los otros, su trabajo, sus hijos, ‘generando’ vínculos y construyendo estructuras sociales (familia) y laborales. Cuando no se consigue este compromiso en ningún aspecto se produce el estancamiento.
  • Integridad (vejez): en la etapa final de la vida, el adulto hace balance de la misma y decisiones importantes adoptadas, con el objetivo de considerar su existencia como un todo significativo. El resultado de este balance puede dar lugar a la desesperación al llegar a la conclusión que este balance no es positivo y que no se dispone de tiempo (y quizás condiciones físicas y psíquicas) para corregirlo.

Como vemos, cada etapa se basa en un desarrollo exitoso de la anterior, por eso es fundamental conocerlas y garantizar el desarrollo adecuado de cada una de las capacidades.

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