Me gustaría hablar sobre un tema que me toca además personalmente. Yo mismo, de pequeño, sufrí acoso escolar. Ahora como adulto y psicólogo, estoy ayudando a menores que lo sufren, a través de la asociación ANPAC – Asociación Nacional para la Protección contra el Acoso.
Hace unos días, he podido comprobar en persona, los efectos del acoso continuado que se ha perpetrado durante 5 años a una niña de 11 años. Llevo ya unos meses tratando a esta niña y los miedos y pesadillas que tiene son terroríficos. Es una niña cariñosa, sensible, presenta una falta de autoestima tremenda. El día de su primera comunión, que para ella era un día especial, la llamaron gorda, que no entraba en el vestido. Desde hace años, tiene miedo a dormir en su habitación. Miedo no, terror. En dicha habitación hay objetos que le recuerdan el infierno sufrido: muñecos y regalos de su primera comunión, cuadernos y libros del colegio, etc. La niña ya ha sido cambiada de colegio y en el nuevo centro le tratan maravillosamente. Sin embargo, mi paciente no es capaz de ir al colegio, pasa la noche con terror y se levanta gritando presa de la ansiedad.
Estos son los efectos a corto o medio plazo. Si no se trata convenientemente, aparecen efectos a largo plazo, cuando el niño – adolescente se convierte en adulto, que también he podido corroborar en varios pacientes adultos y en mi propia persona.
Por una parte, la persona se hace hiper-reactiva, continuamente tensa y pendiente de las evaluaciones de los demás. Piensa que las personas de su alrededor le están juzgando, evaluando, lo que le hace estar en tensión y a la defensiva.
Las personas que sufrimos acoso escolar somos más irritables. Las críticas, que habitualmente no deben interpretarse como ataques personales, nosotros las tomamos como un ataque a nuestra autoestima, ya de por sí débil e inestable. Esto nos lleva, en algunas ocasiones, a reacciones desproporcionadas de ira; ahora de adultos intentamos defender así nuestra identidad y autoestima.
En conjunto, solemos recelar de los demás y nos encontramos más a gusto solos. En soledad, nadie nos critica, aunque sea con buena intención. Esta soledad, si no la tratamos, puede conducirnos a la tristeza, a la depresión en los casos más graves.
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