Los prejuicios se definen como opiniones previas y tenaces, por lo general desfavorables, acerca de algo que se conoce mal (R.A.E). Sin embargo, todos en mayor o menor medida prejuzgamos y también declaramos lo negativo que es prejuzgar.

Sin pretender defender posturas radicales acerca de actuaciones, comportamientos, opiniones políticas o religiosas, género etc. que discriminan y dañan a las personas en múltiples situaciones, creo que merece la pena reflexionar sobre el origen y sentido evolutivo del prejuicio.

El ser humano tiene una gran capacidad para aprender desde edades muy tempranas. Este aprendizaje se realiza sobre todo por observación, es decir, no es necesario experimentar uno mismo todas las situaciones para aprender sus posibles consecuencias. Imaginemos, por ejemplo, que tuviésemos que aprender que el fuego quema a base de quemarnos o que tirarnos por una gran altura puede tener consecuencias desastrosas a base de saltar al vacío. Es decir, el ser humano es permeable a las opiniones y experiencias que le transmiten los demás. He aquí una de las primeras características de los prejuicios, son opiniones acerca de ‘algo que se conoce mal’ pero que nos ha sido transmitido como negativo o desfavorable.

Por otro lado, otra característica esencial para el rápido aprendizaje es la capacidad de generalizar, es decir, de aplicar conocimientos y experiencias específicas a otras situaciones como heurísticos para saber cómo actuar en escenarios parecidos. Así el ser humano utiliza conceptos que generalizan y abarcan todos los elementos que se pueden englobar en ellos por tener características similares. Imaginemos lo costoso que sería tener que memorizar uno a uno todos los tipos de sillas para poder reconocer que es un objeto que nos sirve para sentarnos, basta con conocer el concepto silla que engloba todas las variedades. Esta es la otra característica de los prejuicios, atribuimos una serie de propiedades específicas a la generalidad de las personas que creemos integran un mismo grupo (todos los asiáticos son disciplinados).

Por tanto, el prejuicio tiene una génesis inherente al ser humano y a su forma de procesar y aprender del mundo y las personas que le rodean y eso explica que todos, en mayor o menor medida prejuzguemos.

El problema está cuando no somos conscientes de que estos prejuicios provienen de estos mecanismos y no tenemos la suficiente flexibilidad para razonar y modificar nuestras opiniones al respecto en base al reconocimiento de la individualidad de las personas y la peculiaridad de las situaciones que les pueden hacer actuar de una forma concreta.

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