Muchas veces lo hacemos, tantas que me inclino a pensar que es algo para lo que nos ha preparado la evolución. Los psicólogos lo llamamos “la lectura del pensamiento” o también “el error del adivino”.
Veamos si te ves reflejado en alguna de estas frases: “El jefe me ha mirado con mala cara, mejor ni le entrego el informe”; “El profesor me mira serio, seguro que le caigo mal”; “No voy a ir al ayuntamiento a entregar la instancia, seguro que están desayunando y con tanta burocracia voy a perder toda la mañana”.
Por una parte, es normal que aprendamos de nuestra experiencia para intentar no cometer errores en el futuro pero… tantas veces somos injustos en nuestros juicios y esto nos lleva a conflictos, generalmente con los que más queremos.
¿Cómo suele ser la secuencia de los hechos?
- Primero se produce la “lectura del pensamiento”. Sin mediar palabra con otra persona, creemos adivinar sus intenciones y lo que está pensando, con sólo su aspecto o sus gestos.
- A partir de entonces, comenzamos a actuar, incluso a interactuar con ella, conforme a eso que creemos que ella piensa. De forma que nuestra actuación induce, en la otra persona, otras suposiciones sobre nuestro estado de ánimo o intenciones.
- Y, lo curioso de todo ello es que la otra persona, aunque inicialmente pensase de otra forma, al vernos actuar intuye nuestro descontento y va, poco a poco interactuando acorde a nuestro estado de ánimo. Esto, refuerza a nuestro interlocutor que piensa: “Lo ves? Estaba enfadado conmigo…” y así llegamos a otra paradoja: “La profecía que se cumple a sí misma“. Aunque las cosas no fueran como nosotros decíamos, nuestra forma de verlo y de actuar con ellas se convierten en profecías que se autocumplen, reforzando así nuestras “intuición”: “¿Lo ves? Si ya te lo decía yo…”
Veamos un ejemplo:
>> El dependiente de una tienda está con náuseas, se ha levantado algo enfermo pero tiene que abrir, las deudas le agobian.
>> María se ha levantado triste, su marido parece no mirarla y ella lo atribuye a que está fea, cada día más gorda.
>> Cuando María entra a la tienda de Juan a comprar y el dependiente la mira “con cara de asco”, a pesar de que intenta atenderle con dedicación, María le dice: “Hay que ver, qué antipático es usted, cómo atiende a su clientela, nos espanta, no tengo monos en la cara”.
>> Juan, el dependiente, comienza a pensar que la tienda va mal porque él es mal vendedor. María piensa que no es atractiva, “ni siquiera Juan que siempre le sonreía…”
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